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El gran estallido de Sheldon
Si hay un personaje de ficción que encarne el prototipo de la generación digital, éste es, sin duda, Sheldon, el protagonista de la sitcom «Big Bang». Las similitudes con el personaje de Woody Allen, el progre burgués que sueña con ser un seductor, son realmente curiosas. Ambos padecen un trastorno obsesivo de personalidad, son unos incapaces sociales, se creen superiores al resto de los mortales, son hipocondríacos, narcisistas y observan el mundo con una lógica desquiciada, ya sea científica si es Sheldon o crítica si es Allen.
Las diferencias forman parte del deslizamiento cultural de la generación del compromiso político y la fetichización del arte a la generación digital, sin más compromiso que el rechazo a la política y la pasión por la tecnología y la ciencia-ficción. De ahí que Sheldon, como los «geeks», sea incapaz de entender los sarcasmos, rechace el sexo y privilegie las relaciones mediatizadas por internet, y como los «nerds» (los cerebritos) viva de la comida precocinada y su entorno cultural se reduzca al mudo friqui de los tebeos de superhéroes, los videojuegos de rol de dragones y mazmorras y hablar klingon.
«Big Bang» ha sido una epifanía para los miles de friquis que ven en Sheldon y en los otros tres tecnofriquis, Leonard, Wolowitz y Raj, modelos con quien identificarse. Para el resto de fans, es ya un clásico del cine de culto por su ingeniosa utilización de la Física teórica con la que hila gags de una sofisticada comicidad y la cantidad de referentes de la cultura pop para crear situaciones de comedia hilarantes.
«Big Bang» es una de las cumbres de las sitcom actuales, parangonable con «Soap» (1977-1981), que parodiaba las «Soap Operas» clásicas –el género se denomina soap por estar patrocinadas por un detergente- utilizando sus mismo recursos argumentales: amores desatados, crímenes pasionales, amnesia repentina, abducciones alienígenas, secuestros e incluso alguna posesión demoníaca.
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