Historia

Dallas

JFK el infiel

El escritor británico Jed Mercurio analiza en su novela «Un adúltero americano» las otras vidas privadas de John F. Kennedy, un presidente de salud frágil que intentaba paliar sus males practicando sexo.

JFK el infiel
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Éste es el retrato de un hombre seriamente enfermo, de un presidente al que unas balas asesinas y traicioneras libraron de futuros escándalos en vida. Eso es lo que aparece en las páginas de la novela de Jed Mercurio «Un adúltero americano» (Anagrama). El escritor británico describe en su obra la presidencia de los mil días de John F. Kennedy, y en ella sitúa al joven político bajo la lente de un microscopio para elaborar un diagnóstico no excesivamente favorable en lo tocante a su vida privada.

Caminar con muletas
El autor aseguró a LA RAZÓN que el JFK que dibuja en el libro es un hombre que «si no hubiera sido asesinado en Dallas el 22 de noviembre de 1963, le había matado la abundante medicación que consumía. Tenía que pasear por la Casa Blanca con muletas, cada día sufría dolor por las diversas enfermedades que padecía, especialmente el mal de Adison». Uno de los tratamientos recomendados por algún indocumentado galeno para mitigar estos padecimientos fue el sexo. No es ningún secreto que JFK era infiel por naturaleza. La lista de sus conquistas puede ser equiparable a la de sus logros políticos en un mandato breve y que acabó abruptamente. Para la leyenda, Marilyn Monroe sigue siendo la primera en encabezar un «hit-parade» en el que hay espacio para otras actrices (Marlene Dietrich, Angie Dickinson y Jayne Mansfield), secretarias (Pamela Turnure), espías en época de la Guerra Fría (Ellen Romesch), correos de la mafia y amigas de Frank Sinatra (Judith Campbell), miembros de la alta sociedad de Washington (Mary Meyer), becarias (Marion «Mimi» Fahnestock) e incluso una hipotética primera esposa anterior a Jacqueline (Durie Malcolm).

Para Mercurio, todos estos nombres y otros que permanecen en el anomimato no son el resultado de una dependencia del sexo: «Para él no era parecido a una droga. Se trataba más de una compulsión. Sé que éste es un terreno delicado porque es un campo fértil para la controversia. En muchos casos no conocemos qué sucedió realmente. En este terreno se mueve mi obra, aunque fueron los médicos en estas situaciones los que lo animaron a que se comportara así», argumentó Mercurio.

El doctor «curalotodo»

Si hay que señalar a algún médico como responsable de los tratamientos que siguió, ése es el que aparece en «Un adúltero americano» bajo el alias de doctor «Curalotodo». En realidad, su nombre era Max Jacobson, más conocido como el doctor «Feelgood» (Me siento bien). Si hubiera sido uno más entre los muchos personajes que formaron el Camelot de Kennedy, Jacobson casi sería una anécdota. Sin embargo, su legado es bastante más triste porque, muy posiblemente, fue el causante de la adicción de JFK y de su esposa Jacqueline a una serie de fármacos peligrosos por crear dependencia.

Robert Kennedy, fiel guardián de los secretos de su hermano, se encargó personalmente de que el laboratorio del FBI analizara cinco muestras de la medicación que ingería el presidente. Tanto el FBI como la Food and Drug Administration llegaron a la conclusión de que los productos contenían una elevada carga de anfetaminas y esteroides. El presidente, algo molesto por el interés de su hermano, le diría sobre las recetas de Jacobson que «me da igual que sea orina de caballo. Funcionan».

Como plantea Mercurio, «los biógrafos no pueden entrar en los dormitorios y de todos estos episodios tenemos muy escasa documentación». En este sentido, admite que la relación con Marilyn Monroe no está clara. «Pudo ser introducida en el círculo de Kennedy por su cuñado, Peter Lawford, o por Frank Sinatra, porque los dos tenían la credibilidad suficiente como ara presentársela al presidente», señala. El escritor es escéptico respecto a que político y actriz tuvieran una aventura de un día –como apunta Donald Spoto, biógrafo de ella–, aunque sí cree que en la muerte de la rubia platino: «No imagino conspiraciones. Ella se tomó unas pastillas y ya está».

Sin charla de cama
En la novela, JFK aparece como un hombre al que no le gustaba conversar con sus amantes. Todo acaban siendo encuentros de una noche con la complicidad y silencio de los allegados al que fuera líder del mundo libre en los primeros años de la década de los 60. Por eso, no es fácil imaginar a un JFK comentando secretos de Estado a sus amantes, como ha creído algún paranoico al hablar del «affaire» con Marilyn. Pero hubo una excepción llamada Mary Meyer.

«Ella fue un personaje fascinante que daría para una novela por sí misma. Nunca habló en público de todo esto porque murió muy poco después de la desaparición de JFK (fue asesinada en extrañas circunstancias en 1964). Ambos tenían la misma edad y habían recibido una educación análoga. Mary era algo parecido a una intelectual y con ella podía establecer diálogos inexistentes con sus otras amantes en los años de la Casa Blanca», matiza Mercurio. En el otro extremo se encuentra una de las mujeres más odiadas por muchos estadounidenses, Judith Campbell Exner, una belleza morena con cierto parecido a Elizabeth Taylor. Sinatra, en su papel de celestino, se la presentó a JFK en Las Vegas y pronto se convirtieron en amantes. Cuando el director del FBI, J. Edgar Hoover, advirtió a Robert Kennedy de que el presidente se estaba viendo con una mujer que también se acostaba con Sam Giancana, jefe de la mafia de Chicago, la aventura fue cortada rápidamente. «Me hubiera gustado conocer a Ju- dith. El problema es que siempre caía en contradicciones en cada una de sus declaraciones públicas. JFK sabía que ella tenía vínculos con el crimen organizado, pero no paró todo aquello hasta que supo de las advertencias de Edgar Hoover», explica el autor de «Un adúltero americano». ¿Estos excesos acabaron por pasarle factura al presidente? Mercurio cree que sí y señala el corsé que siempre llevó Kennedy: «Si no lo hubiera llevado puesto durante el tiroteo que acabó con él en Dallas, creo que habría salvado la vida. La prenda limitaba sus movimientos, y tras el primer disparo no pudo actuar con rapidez para esquivar los siguientes. Se han escrito muchas cosas sobre el asesinato, pero cuando redactaba la novela pensaba que pudo haber sobrevivido».

Vida con fecha de caducidad
El corsé ortopédico, hoy guardado en los Archivos Nacionales de Washington, es una muestra más de los problemas de salud del joven presidente, a quien Mercurio no habría dado mucho tiempo de vida. «Los diversos tratamientos lo estaban minando. Más allá de 1964 habría estado demasiado enfermo como para emprender un nuevo mandato; era un hombre muy frágil. Todos sabemos que, por ejemplo, Franklin Roosevelt era un inválido y que murió durante su presidencia, pero, comparado con Kennedy, gozaba de mejor salud».

El escritor también cree que los escándalos sexuales –que en la novela parecen compararse con los que persiguieron a Bill Clinton– habrían salido pronto a la luz. Sobre esto recuerda que «sus asesores hicieron lo imposible para que nada fuera publicitado, aunque relaciones de carácter escandaloso, especialmente la que mantuvo con Ellen Romesch, se habrían descubierto pronto».

Por eso, en «Un adúltero americano», el asesinato de Dallas parece narrado casi como si hubiera supuesto una liberación para un hombre seriamente enfermo que musrió asesinado un 22 de noviembre de 1963.