Asia

Tokio

Los 45 bomberos que intentaron ponerle puertas al tsunami

Cuando los enormes portones de contención de las playas de Rikunzentakata (Iwate) empezaron a ceder el viernes pasado ante el empuje del tsunami, un grupo de 45 jóvenes bomberos se dejaron la vida intentando sostener la estructura de contención con sus manos desnudas.

Un bombero contempla los restos de una casa destruida por el tsunami en la ciudad de Minamisanriku
Un bombero contempla los restos de una casa destruida por el tsunami en la ciudad de Minamisanrikularazon

El acero y hormigón de la muralla, diseñada precisamente para proteger a la población de maremotos, se vino abajo. Una semana después, el jefe de bomberos, Michihito Sato, narraba con lágrimas en los ojos a la cadena BBC cómo sigue buscando a sus hombres, día y noche, bajo la alfombra de escombros a la que ha quedado reducida esta localidad, un lugar que ha desaparecido literalmente del mapa. Antes del tsunami, en Rikunzentakata vivían 26.000 personas. Ahora ya no queda nadie. En torno a 500 cuerpos han sido recuperados en las playas, pero varios miles siguen «desaparecidos». Los supervivientes han sido alojados en refugios temporales, o enviados a ciudades del interior, como Morioka. Nuevos detalles sobre la tragedia provocada por el terremoto de 9 grados van saliendo a la luz a medida que los equipos de rescate se abren paso por las localidades devastadas en Iwate. Las costas al norte del epicentro parecen haberse llevado la peor parte. Se trata, en su mayoría, de apacibles pueblecitos de pescadores que atraían a miles de turistas locales cada año por sus bonitos paisajes, arrinconados entre el mar y la montaña, su estilo de vida relajado y su exquisita comida casera, que ha sido sustituida por los «ranchos» y las cajas de comida precocinada de los refugios provisionales. Muchas de las víctimas son ancianos. No sólo porque tuvieron más dificultades para ponerse a salvo cuando sonaron las alarmas, sino porque en las zonas rurales de Japón la mayoría de los jóvenes emigraron a las grandes ciudades en busca de mejores oportunidades. «La última vez que vine a la costa comí con unos amigos, era un sitio precioso.

Siempre se ha vivido con la amenaza de un tsunami, ya que es algo que se viene repitiendo en la historia. Pero nadie, ni los más ancianos, recuerdan nada como esto», explica Noriko, una publicista que recorre los pueblos devastados de Iwate con su cámara para «documentar la tragedia y que nunca se olviden estas ciudades que han desaparecido». Tim Dorsey, un profesor de inglés que vive en Morioko, recuerda que, pocos meses antes de la tragedia, acompañó a las ciudades devastadas de Ofunato y Rikunzentakata a un grupo de guardacostas provenientes del Sudeste Asiático, que venían a aprender cómo funcionaba un sistema de prevención y evacuación anti-tsunamis. «Estaban muy avanzados, pero no les ha servido de nada. Por algo ‘‘tsunami'' es una palabra japonesa», suspira.