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Debo de ser más soso que James Franco en la gala de los Oscar, pero no alcanzo a encontrarle la gracia a la boutade (tan celebrada) de Fernando Alonso: «A 110 kilómetros por hora es difícil mantenerse despierto en el coche». De un icono social con tan buena cabeza espero un mínimo de enjundia en el argumento. Doy por hecho que a doscientos por hora no te quedan más narices que andar despierto, pero ¿a 110 te sobas y a 120 te concentras? Ahora va a resultar que rebajar la velocidad máxima es como poner a los conductores a contar ovejas. Que nadie se extrañe si amanecen las autovías colmadas de siniestros porque los aburridos automovilistas, narcotizados por Sebastián, nos quedamos todos como un cesto. De Alonso esperaba más. Del gobierno, ni les cuento. Lo que el dream team de los ministros comunicadores tiene aún que explicarnos no es que yendo a 110 consumes menos que a 120 (por esa regla de tres, todos a noventa) sino por qué considera imprescindible obligarnos a los automovilistas a ahorrar gasolina queramos o no queramos hacerlo. Instalar en casa bombillas de bajo consumo es una opción que, como tal, se deja en manos del consumidor que decide: si quieres ahorras y si no, no. Bajar la calefacción un par de grados es cosa tuya: puedes ponerte el jersey en casa y ahorrarte unos euros o seguir en camiseta y no ahorrarte nada. El gobierno podría haber optado por persuadirnos a los conductores para que corramos menos, pero ha preferido imponernos la obligación de ahorrar. Esto es lo que aún no ha explicado de manera solvente: ¿por qué la imposición y por qué la urgencia? El gobierno de los comunicadores es un desastre comunicando. Llamar «frikis anarcoides» a quienes critican la iniciativa requiere menos trabajo que explicar por qué se hace: es barato, sí, pero torpe. Veamos qué respuestas nos ha dado el gobierno. ¿Existe riesgo en el suministro de petróleo? En absoluto. Si Libia se detiene, Arabia Saudí hará la suplencia. ¿El problema, entonces, es el precio? A medio plazo, puede ser. Pero el barril llegó a 150 dólares en 2008 y Pedro Solbes mantuvo la cachaza. ¿Entonces? La notoriedad de las medidas que se anuncian no guarda proporción con el diagnóstico que el gobierno hace de la crisis en el norte de África. Faltan claves. O nos las hurtan. El presidente del gobierno de los comunicadores, siempre presto a terminar de arreglarlo, se entrega al onanismo declarativo con esta afirmación auto-medalla: «Bajando la velocidad ahorramos combustible, salvamos vidas y contaminamos menos. Todo son efectos positivos». Enhorabuena, presidente. Siendo este fármaco salutífero de tan amplio espectro, ¿por qué aparcarlo cuando el petróleo se vuelva manso? El gobierno de los comunicadores no alcanza a encontrar la tecla. Cuando Rubalcaba afirmó el viernes que no habrá revisión de las cuentas del Estado para este año resultó menos creíble que Bono diciendo que ya no quiere ser presidente del gobierno.