PSOE
Juego de tronos
Mientras el 15-M languidece herido de gravedad por su propio éxito, los dos partidos principales redoblan su empeño de convencernos de que la democracia interna es un mal negocio. Los socialistas han parido esta antológica chapuza de las primarias de quita y pon que sepulta la regla de «un militante, un voto» (la nueva norma dice que «un solo militante, Alfredo, merece todos los votos»). Los populares se postran de hinojos ante la palabra revelada de Rajoy y acatan en silencio sus designios. Si el líder dice que no toca congreso hasta que él decida, pues no toca. Había quinientos asistentes en la reunión de la junta directiva del lunes y ninguno habló. Qué desolador resulta que, entre tanta gente importante, nadie tenga nada que decir. Para qué, si está todo dicho. Todo el poder para el líder, lo que él predique irá a misa, ni un debate interno, ni un matiz, ni una propuesta innovadora. Rajoy culmina su proceso de conversión en mandamás y «killer». Ha aprendido de Zapatero, aunque se niegue a reconocerlo. El PSOE practicó idéntica doctrina en los últimos siete años: el líder arropado por su legión de coristas mudos. Nos inoculan con desparpajo la tesis de que la población votante castiga a los partidos desunidos. Identifican discrepancia y debate con desunión y riesgo de ruptura. Es natural que así lo hagan porque eso es lo que siempre han cultivado. Frente al debate leal de dirigentes con criterios distintos, el acuchillamiento esquinero y la guerra de dosieres. No saben debatir con los propios, saben batallar para vencerles. No hay controversia ideológica, hay juego de tronos. De forma torcida e interesada, han convertido su alergia a la pluralidad interna en el primer mandamiento de las leyes (falsas) de la política: «Nada agrada más a un votante que el pensamiento único de los partidos monolíticos». Es un chiste que Rubalcaba plantee ahora que para ganar las elecciones, hay que tomarse en serio el debate de las ideas. Pregona la dirección socialista, como un niño con zapatos nuevos, lo gratificantes y fructíferas que están resultando las reuniones de tupperware del candidato con su militancia. «¡Qué bueno es conocer sus inquietudes y sus impresiones!», exclama Alfredo rejuvenecido. ¿Han tenido que cambiar de caballo para empezar a conocer lo que piensan los militantes? A otro perro con ese hueso, ya podían haberlo hecho antes. Ni el viento favorable que empuja a Rajoy hacia La Moncloa ni el vendaval que ha desarbolado los mástiles socialistas induce a los dos partidos a relajarse en su insana obsesión por el cierre de filas. Zapatero tenía razón cuando le reprochó al PP que los debates en el seno del partido (reflejo de los debates que mantienen militantes y votantes) los considere «un lío». Pero, incapaz de mantener sus convicciones más de una semana, ha acabado por abrazar él mismo la tesis cambiando las primarias por el «culto alfrédico». Adoran los partidos presidencialistas, disciplinados y uniformes. Frente a la democracia real, la impostura.
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