Elecciones

Esperanza (Aguirre)

La Razón
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Comunión de mi sobrino Alejandro. Él es inmune a las elecciones, los mayores no; lo contaminan todo. En las tertulias de ocasión, mientras Sofía llora y Allegra también, se habla no de lo importante sino de lo que importa: ¿por qué Tomás, «quién» en el cartel electoral mira como si le hubiese dado un giro en el cuello tal que a la niña de «El exorcista»? Mira al cielo en vez de mirar al suelo, que es lo que procede, por asirse a la realidad de pie de calle. Nadie sabe y nadie responde. Da pereza, como el candidato, hasta a los socialistas les da desgana, similar a la de mi sobrina Sofía que no duerme de puro aburrida que está. Llora pero no duerme. Parecido a los que tenemos que votar: rabiamos pero nos dan grima las urnas. Es un sinvivir que no es de recibo.
Madrid se merece mucho más, una dupla socialista ganadora y no habladora cual carritos de helado en agosto. Un PP que aun sabiéndose ganador ponga lo que resta en el asador. Porque, por decir, en una comunión cualquiera la gente palpita y espera menos zanjas y más calles, más hospitales para ganar salud, más vida para morir votando y más experiencia y don de gentes para leer, escribir y pronunciar Lissavetzky sin atragantarse, candidato sólido en mal momento, que ni la gente de Madrid le conoce aún como opositor a la alcaldía y sí como Secretario de Estado para el Deporte. Hay que hacer más de una y de dos flexiones para ponerle en su sitio y ni un así: la foto con «la Roja» da cariño pero no votos. Cuestión de imagen pero no de rédito político. Tal salí de la comunión saqué la conclusión: el PSOE ha puesto candidatos que no invitan a la ilusión y el PP nombres y apellidos que llaman a la esperanza, Aguirre, por supuesto.