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En paradero desconocido por Pedro Alberto Cruz Sánchez

La Razón
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Tradicionalmente, se ha pensado que la cultura salía reforzada de cada coyuntura de crisis. Hay algo en los artistas, literatos, músicos, pensadores que les lleva a refinar sus expresiones en las situaciones adversas, a fin de lograr iluminar ese matiz de la realidad que, aunque problemático, había pasado desapercibido. Todos hemos crecido con la convicción de que, por mal que fueran las cosas, siempre quedaría la cultura para decir las verdades interesadamente veladas por los grupos de interés. Pero no es así: en el momento presente, cuando lo complicado de la situación requiere del máximo compromiso por parte del conjunto de la ciudadanía, los agentes de la cultura han dado un paso hacia el margen y han optado por la estrategia del silencio. Les resulta indiferente que su propio modus vivendi se encuentre en peligro de desaparición; que teatros, centros de arte, bibliotecas estén en riesgo de cerrar sus puertas; que un discurso vergonzosamente mediocre se haya impuesto y amenace con arrasar lo poco de auténtico que le queda a nuestra sociedad.. Da igual. Pareciera como si, en el momento de la verdad, hubieran comprendido la comodidad de ser un simple número, una cifra olvidada de la multitud anónima, en lugar de significarse como uno de esos referentes insobornables que se requieren en la actualidad.

Llama la atención, en este sentido, el silencio de los intelectuales. Probablemente no haya existido material más suculento para la reflexión y el diseño de maquinarias críticas que el aportado por esta devastadora crisis económica. Y, sin embargo, cuando las opiniones se enquistan de una manera jamás imaginada y los debates pretenden ser ignominiosamiente polarizados entre «los fachas» y «los extremistas de izquierda»; en un momento de la historia de España en que se necesita de una sutileza analítica máxima para descender al detalle más revelador… es entonces cuando nuestros pensadores o han decidido desaparecer o –peor todavía– descolgarse con sandeces monumentales que se indigestan al pensamiento de estómago más fuerte. Las utopías más firmes se han desmoronado; entre ellas, que la cultura servía para algo y podía ser paradigma de una actitud ejemplar ante las vicisitudes sociales.