Alimentación
Elixir (VII) Almendrina por Fernando SÁNCHEZ-DRAGÓ
Ya sabe el lector que no consumo lácteos, aunque alguna vez me permita la licencia de hincar el diente en un pedazo de queso. También sabe que, cuando desayuno en casa, dispongo de leche de soja para colorear el café o el té. Lo malo es cuando, por estar de viaje, y casi siempre lo estoy, o por cualquier otra razón, me veo obligado a matar el gusanillo mañanero en un hotel o en una cafetería. Rarísimos son los establecimientos de ese tipo en los que tienen leche de soja. A menudo ni siquiera la hay de vacuno descremada. Pues bien… Hace cosa de un par de años descubrió mi mujer, que es como un gato y lo encuentra todo, el producto cuyas virtudes quiero hoy encarecer. Se llama Almendrina y es una pasta, natural al ciento por ciento, del fruto al que su nombre alude. Se acabó el problema. Ya nunca viajo sin llevar un bote en el zurrón. Se mezcla una cucharadita de esa crema con la bebida que acompañe el desayuno, fría o caliente, y ya está. Da energía y sabe bien. ¿Algún defecto? Sí, dos. Lleva azúcar y pesa como si fuese de plomo. Lo segundo se resolvería si sus fabricantes se decidieran a envasar el producto en terrinas de plástico, como las de la mermelada o la mantequilla, y no exclusivamente en latas de a kilo o en frascos de cristal. Es una sugerencia, amigos. En cuanto al primer defecto… ¡Pero qué manía la de azucararlo todo! Lo mismo pasa con los zumos de fruta, con las galletas, con el chocolate… El azúcar es, junto a la leche y la harina refinada, uno de los «tres venenos blancos» que los nutricionistas desaconsejan. Cierto es que hay almendrina con fructosa, pero sabe a rayos. Aun así, incluso azucarada, tomen el producto del que hablo. Su salud se lo agradecerá.
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