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La larga guerra contra los chiíes por Alfredo Semprún
Las barbas del vecino. El presidente afgano, Hamid Karzai, acaba de vetar un acuerdo entre Washington y los talibanes trabajosamente tejido durante un año. A cambio de la renuncia al terrorismo, léase Al Qaeda, serían liberados de Guantánamo cinco dirigentes islamistas y se abriría una mesa de negociación en Qatar. Karzai se ha opuesto a cualquier diálogo que no pase por su «mesa de la paz». Visto lo que le está pasando al iraquí Al-Maliki, la marcha de los americanos no le corre la menor prisa.
En «El último sueño de Al Andalus» (editorial Toro de Barro), Javier Semprún describe la irrupción de los almohades, espejo de integristas islámicos, en una España musulmana dividida en lo político y muy descuidada en lo moral. Por resumir: que a los enervados andaluces se les acabó la vida muelle y las tolerancias en cuanto los ascetas llegados del desierto les refrescaron la sharía. Algo similar les pasó a los suníes iraquíes cuando, en 2006, aceptaron la ayuda de Al Qaeda para combatir a los norteamericanos y a sus vecinos chiíes. Un repaso a la hemeroteca les ilustrará sobre las barbaridades de la llamada guerra sectaria, que causó decenas de miles de muertos y millones de desplazados internos, relegando la expresión «barrio mixto» al olvido. Los de Al Qaeda pretendieron cobrarse la ayuda devolviendo a los relajados suníes a la observancia estricta del islam, es decir, ni alcohol, ni música, ni cine, ni libros, ni cortes de pelo, ni ropas occidentales, ni mujeres en las calles para lo que degollaban sin miramientos.
El retorno de Al Qaeda a Irak es un hecho
El objetivo de los yihaidistas era desarticular la estructura tribal suní y sustituirla por su califato. Comprendido que habían caído en «guatepeor», surgió entonces una extraña alianza: las tribus de los feudos suníes, viejas aliadas de Sadam Husein y alma de la resistencia, pactaron con los invasores yanquis. Así surgieron las milicias «Sahwa» («amanecer») que, a cambio de dinero y apoyo logístico, limpiaron de integristas sus zonas, dieron seguridad a los refugiados que huían de los barrios de mayoría chií y acordaron una tregua con el Gobierno provisional.
Les cuento esto porque, cinco años después, a los milicianos de «Sahwa» les están pasando la factura. El jueves, al tiempo que los terroristas hacían estallar un rosario de bombas en los barrios chiíes de Bagdad (con 73 muertos, según el último balance), grupos de pistoleros atacaban a ex milicianos de «Sahwa» en sus propios feudos. Por ejemplo, en Baquba, entraron en la casa de un miliciano y le asesinaron junto a su mujer y sus tres hijos. Otros dos murieron en un puesto de control de Mussayab. Hubo varios heridos en un atentado con bomba en Jurf. Al Gobierno de Al Maliki, chií, la milicia suní nunca le gustó un pelo. Transigió ante las circunstancias, pero, tras la retirada norteamericana, ha incumplido todos los compromisos firmados: ni les admite en el nuevo Ejército, ni les paga lo debido, ni les proporciona empleo.
No sería de extrañar, al menos así lo creen los propios analistas iraquíes, que buena parte de los antiguos milicianos hayan cambiado de bando. Hace un año, Al Qaida les ofreció la reconciliación a cambio de que dejaran de apoyar a un Gobierno que, por otro lado, no les quiere. Y a los que se mantienen fieles, pues los matan.
El regreso de Al Qaeda a Irak es un hecho. Así como lo es la radicalización de los suníes, conscientes de que su posición minoritaria dentro del país no les deja otra salida que la segregación de facto de las provincias en las que son dominantes y guardan buena parte de las reservas de petróleo. De momento, los de Al Qaeda renuncian a la conversión de los «disolutos» suníes, contaminados por años de laicismo, porque la urgencia es otra. En la vieja Mesopotamia se libra uno de los escenarios de la batalla sectaria contra el «eje chií» que conforman Irán, Irak, Siria y la milicia libanesa de Hezbulá. Es un enfrentamiento que va mucho más allá de las diferencias religiosas, por lo demás escasas, entre los dos grandes credos del islam, y que tiene mucho que ver con el temor que despierta entre las monarquías del Golfo el espectro de un Irán con capacidad nuclear.
En Veracruz (México) han decidido empezar de cero
El Gobierno estatal ha decidido poner en la calle temporalmente a los 900 agentes destinados en la región, así como a un centenar de empleados administrativos. De momento, y hasta que todos y cada uno de los funcionarios no superen las pruebas de «honradez», la seguridad de las vías públicas ha sido encomendada al Ejército. La cosa no ha empezado mal: cinco sicarios que se dedicaban a la extorsión de empresas de transporte por carretera fueron perseguidos, cercados y aniquilados por una patrulla de la Infantería de Marina inmediatamente después de que asesinaran a 16 pasajeros. El hecho, en Veracruz, es una novedad absoluta. A los policías cesados no se les permitió llevarse las armas ni las radioemisoras.
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