Pekín
«Aftershock» terremoto doctrinario
La distribuidora de «Aftershock» en Hong Kong tomó una decisión promocional que define bien la película: regaló a cada espectador un paquete de kleenex al entrar en la sala. Dos horas y media después, a muchos nos les quedaba ni uno.
En un cine de Pekín, la acomodadora tenía la cara bañada en lágrimas cuando se encendieron las luces. «La he visto acabar ya muchas veces, pero siempre me pasa lo mismo», se disculpó. Además de ser un asombroso inductor al llanto, la última cinta de Feng Xiaogang va camino de convertirse en la superproducción china más taquillera de todos los tiempos.
Se trata de un drama familiar que enmarca la historia reciente entre dos terremotos. Empieza en 1976, en los últimos estertores de la Revolución Cultural, con el seísmo más letal del siglo XX, el de Tangshan, en el que murieron entre 275.000 y 750.000 personas (según diferentes estimaciones). Acaba poco después del temblor de Sichuán de 2008, durante el que fallecieron unas 87.000. Más allá de sus innegables méritos y de unos efectos especiales muy conseguidos, la cin- ta aprovecha una conmoción real, un sentimiento que muchos chinos llevan aún a flor de piel. El terremoto de Sichuán no sólo fue un drama de magnitudes aterradoras, sino también la primera gran tragedia mediática de un régimen que, hasta 2008, acostumbraba a silenciar sus desgracias. Para entendernos: la mayoría de los chinos nunca había visto coberturas televisivas tan descarnadas como aquéllas; y quedaron impactados. La tragedia de Tangshan, sin ir más lejos, fue ocultada durante días y esta falta de transparencia dificultó las operaciones de rescate. «Aftershock» hace revivir ese drama y coloca en su centro una bomba emotiva: la tragedia de una familia humilde, institución sagrada para la sociedad china.
Hurgar en la tragedia
Tras veinte minutos impactantes de casas viniéndose abajo y gente corriendo por su vida, la protagonista, encarnada por la conocida actriz Xu Fang, se ve obligada a elegir entre la vida de su hija y la de su hijo, gemelos de siete años. Han quedado atrapados bajo extremos opuestos de una viga. Salvar a uno significa aplastar al otro. Desesperada ante la idea de perder a ambos, opta por el niño y abandona lo que parece ser el cadáver de su hija. El resto del filme es la historia de esa culpa desgarradora, que va conduciendo hacia un doloroso reencuentro. Entre decenas de giros melodramáticos, a veces excesivamente histriónicos para los occidentales, se hurga en la tragedia y el dolor hasta limites impúdicos, en sintonía con los gustos de una buena parte del público chino, al que le gusta meterse al cine para llorar. La cinta de Feng, como tantas películas del gigante asiático, tiene otra dimensión: la propagandística. El cine sigue estando bajo estricto control gubernamental y muchas superproducciones son, directamente, encargos políticos. En el caso de «Aftershock», el Gobierno local de Tangshan pagó buena parte de los 15 millones de euros que costó, una cifra mareante para un país con una renta per cápita tercermundista. A cambio del dinero, lograron un buen producto promocional que, además, ha emocionado a las familias de las víctimas. Tangshan quedó pulverizada en el 76. Casi todos perdieron al menos un pariente y muchos quedaron mutilados de por vida. La ciudad se recuperó pronto: hoy ha triplicado su tamaño hasta casi tres millones de habitantes y, como otros centros urbanos de China, cuenta con barrios plagados de rascacielos bien glosados en la película. Los supervivientes, además, protagonizan un emocionante homenaje y varios también participaron como actores secundarios. «Mucha de la gente que llora en la pantalla no está actuando», asegura el director.
La obra también muestra la cara más amable y heroica del Ejército de la Liberación del Pueblo, con frases tan espontáneas como «nuestro glorioso ejército es una gran familia revolucionaria». Y claro, la cinta es una alabanza a los logros económicos del país. El arco cronológico es perfecto: el terremoto de Tangshan abrió el camino a Deng Xiaoping y su aperturismo al libre mercado. Dos años después, recuerda la cinta, los chinos dieron inicio al crecimiento económico más rápido y masivo de la historia. A veces se exageran sus efectos: uno de los protagonistas emigra, con un brazo ortopédico, a una fábrica del sur industrioso y vuelve con un BMW deportivo. En un país de 1.300 millones de personas se habrá dado algún caso, pero no parece el retrato más fiel del sacrificado emigrante rural chino.
La película ha gustado al Gobierno, y desde que se estrenó a finales de julio la prensa oficial se deshace en elogios. Se espera que sea el primer filme chino que rompa el techo de los 500 millones de yuanes recaudados (55 millones de euros), aunque muy lejos de la más taquillera de China, «Avatar», con cerca de 200 millones. Para competir hace falta algo más que un paquete de «kleenex».
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