China Green por Ramón TAMAMES

Durante el pasado mes de agosto viajé durante diez días por la China continental, y especialmente visité Shanghái y Pekín, como también en los vuelos entre ambas ciudades aprecié muchos aspectos, con un resultado global agridulce; como algunas de las mejores viandas de la gastronomía del país más poblado del mundo.
Algunos se dedican a vituperar la política ambiental china sin gran conocimiento de causa. Incurriendo en la vieja letanía de que «todo está muy mal y que las cosas van a peor». Pero realmente no es así; sobre todo, porque el país y sus gobernantes parecen estar tomando conciencia de que «todo llegó a ponerse tan mal, que ya es hora de mejorar».
En ese sentido, China está trabajando para conseguir condiciones más adecuadas en sus minas de carbón (se han clausurado miles de ellas), y de evitar que ese combustible, que representa más del 70 por 100 de su consumo energético, mantenga las más altas emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). A base de la previa conversión del mineral en gas o en combustible líquido; aprovechando así para extraer el CO2 con fines industriales o para su confinamiento en espera de usos ulteriores. China está trabajando en el tema de la eficiencia energética, a fin de cumplir los compromisos que adquirió en la conferencia del Clima de Copenhague, en diciembre de 2009. Para lo cual se han creado estímulos fiscales, y están cerrándose las fábricas de mayor derroche energético.
Y sobre todo, lo que visualmente he apreciado, es la obsesión por vegetalizar: parques en cualquier espacio urbano, en los tramos de autopista de los aeropuertos a las metrópolis, y erección en curso de la «gran muralla verde» para frenar la desertificación en las lindes del Desierto de Gobi.
Dos grandes objeciones: las mayores ciudades ya se sitúan claramente en auténticas deseconomías de escala; y el crecimiento urbano en las fértiles planicies orientales del país, se está comiendo literalmente las mejores tierras agrícolas.