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Nación de ciudadanos

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Al recordar, doscientos años después, lo que fueron y significaron el Cádiz de las Cortes y la Constitución nos quedamos con dos herencias importantes: el vocablo liberal (del latín «liberalis», lo propio del hombre libre) en su acepción política y el nacimiento de España como nación de ciudadanos. A partir de aquel 1812 quedan diseñadas en España dos actitudes, dos talantes –el liberal y el reaccionario– presentes a lo largo de nuestra historia contemporánea.

Ambas, que tratarán de imponerse de forma excluyente, toman cuerpo en el primer tercio del XIX. Fueron años de represión, de delaciones, de miedo, de mentiras, de inquisiciones, cuyo estudio nos alumbra hoy el camino de lo que no puede ni debe permitirse.


Fueron años en los que se terminó de configurar todo un pensamiento reaccionario sintetizado en los versos de «El filósofo de Antaño», fijando el origen infernal del liberalismo: «El arcángel San Miguel es príncipe celestial,/ y el que hay bajo sus pies/ es un señor liberal». Su temática abunda en temas sobre la libertad, como sumisión, la condena de la tolerancia, la defensa de la sociedad estamental y de la tortura, la condena de la libertad de imprenta, la negación del progreso... Todo un entramado ideológico, moral, de pautas sociales, etc. que configuran la actitud reaccionaria.

El procedimiento era crear en la sociedad la inseguridad y el miedo, mediante la sospecha; la solución: reprimir; el arma favorita, la Inquisición.

No faltan símbolos en la lucha por la libertad: el Cádiz de las Cortes, Riego, Marianita Pineda, Torrijos… Este último, «mártir de la libertad», sería ejecutado en 1831, sin juicio ni cargos, por conspirar contra Fernando VII para que hiciera realidad la Constitución, como refleja el célebre cuadro de Gisbert. En el obelisco que en su memoria se levantó en la malagueña plaza de la Merced se lee: «A la vista de este ejemplo, ciudadanos, antes morir que consentir tiranos».

Los liberales, defensores de la Constitución, serían los reafirmadores de los principios de 1789, es decir de la libertad, igualdad, solidaridad y, en definitiva, de la modernidad. Esa vía liberal marca todos nuestros siglos XIX y XX que, a excepción de las dictaduras, gozarán de constituciones.

Es oportuno recordar con Linz que la democracia es liberal por definición. Y que ese liberalismo está representado, a título de ejemplo, por personajes como Larra, Giner y la Institución Libre de Enseñanza, Unamuno y sus conferencias en «El Sitio» («pocas cosas me han preocupado más que el lograr que haya en mi patria verdadera conciencia liberal democrática»), Castillejo, Machado, Marañón y un larguísimo etcétera. Al reflexionar sobre las consecuencias tan negativas que nos han deparado a lo largo de nuestra historia las actitudes y soluciones reaccionarias no puedo menos que admirar a ese mito que es ya Torrijos, recordando estas palabras que en su centenario le dedicó Unamuno: «Torrijos era liberal, que es lo más que se puede ser».