Bruselas
Indolentes y pasmados
Hace ya más de una década, un general en la reserva estadounidense era preguntado por la posible precipitación de Clinton al intervenir militarmente en Kosovo. «¿Precipitación? El error fue atacar a Milosevic en la primavera de 1999 y no en la de 1993. Se habrían salvado decenas de miles de vidas de inocentes entonces».
Aquel interrogante que formulaba un periodista europeo refleja la mentalidad de este continente, siempre retraída y paralizante cuando hay que afrontar una crisis. Es irrelevante que el estallido y el drama se desarrollen a las puertas del Viejo Continente o en su patio trasero, en los Balcanes o el Magreb, en Bosnia o en Libia.
La burocracia de Bruselas y Estrasburgo, huérfana de una verdadera agenda exterior y de seguridad común, aún no ha comprendido que una cosa es perseguir intereses sin arrogancia ni amenazas, y otra hacer la estatua cuando está en juego la estabilidad del Mediterráneo. Y también cuando urge la defensa de principios y valores.
Si a este escenario dominado por la inacción y por la miopía se suma el numerito que episódicamente se representa en la orilla del río Hudson, la depresión puede llegar a ser profunda.
De Naciones Unidas llegan invariablemente en momentos como éste montones de ruegos y preguntas, consultas y llamadas, peticiones y rondas. Porque siempre hay lugar para una ronda más mientras el tirano de turno, se llame Slobodan o se llame Muamar, se emplea a fondo con bombas y balas en sus carnicerías.
No queda otra pues, especialmente de la caída del Muro de Berlín a esta parte, que mirar a Washington.
Pero lo vea o no desde su torre de marfil, en la sofisticada forma de ejercer el poder del presidente Barack Obama se echa en falta a menudo la diligencia y la contundencia, el liderazgo y la determinación. Incluso, la claridad moral y el coraje.
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