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La tesis «De Gaulle» por César Vidal
Lo comentaba el general De Gaulle refiriéndose a la resistencia de sus compatriotas contra el invasor alemán durante la Segunda Guerra Mundial: «Al principio, no había casi nadie; al final, no había casi nadie que no estuviera». Cuando en 1940, de la manera más inesperada, los tanques germanos rompieron el frente por Sedán, arrinconaron a las fuerzas aliadas contra la costa y marcharon como un rayo hacia París entrando sin oposición en la capital de Francia, los franceses intentaron, por encima de todo, sobrevivir. Algunos lo hicieron marchando al exilio e incluso – como el propio De Gaulle– enarbolando la bandera de la Resistencia, pero la inmensa mayoría optó por otros caminos menos honrosos. Algunos abrazaron la alianza entusiasta con Hitler e incluso se lanzaron a atacar a la URSS bajo las banderas de la División Carlomagno; otros decidieron confraternizar con un enemigo que, por lo menos, compartía los cigarrillos y las latas de comida, y no pocos esperaron a que todo se aclarara porque, de momento, parecía que el Führer se iba a llevar el gato al agua. Incluso los miembros del Partido Comunista Francés insistieron en que no había que mover un dedo contra los nazis –aliados con Stalin gracias al pacto Molotov-Ribbentrop– e insultaron a placer a los que los combatían. Sólo cuando en el verano de 1941, el III Reich desencadenó su ofensiva sobre la Unión Soviética, los comunistas cambiaron y se sumaron a la Resistencia intentando – como siempre– reescribir falazmente la Historia. Pero incluso con los comunistas sumados, los resistentes franceses eran pocos. A decir verdad, sus filas no comenzaron a engrosarse hasta finales de 1943 cuando, tras El Alamein, Stalingrado y el desembarco en Italia resultaba obvio que la llegada de los anglo-americanos a Francia era tan sólo cuestión de tiempo. Y así, tras Normandía, resultaba –como había dicho De Gaulle– que casi todos habían combatido ferozmente a los «boches» y buscaban a los colaboracionistas hinchados de ánimo patriótico para, al menos, raparles la cabeza. Me he acordado del general francés y de este proceso reflexionando sobre las noticias relativas al 11-M. Durante años se motejó con apelativos injuriosos como el de «conspiranoicos» a los que, simplemente, no creíamos la «versión oficial» del 11-M propalada por ZP y sus aliados. Ahora, hasta el SUP, un sindicato policial históricamente cercano al PSOE, ha manifestado que la imposición de una de las medallas con que Rubalcaba premió al juez Gómez Bermúdez es una muestra de la corrupción cotidiana y que debería reabrirse la causa y celebrarse un nuevo proceso. ¿Qué quieren que les diga? Sí, hemos sido pocos, muy pocos, durante años, pero, tal y como van las cosas, puede que veamos pidiendo la revisión del juicio del 11-M a la plana mayor del PSOE. Como decía De Gaulle, al final casi no habrá nadie que no esté.
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