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El fantasma de La Romareda

El fantasma de La Romareda
El fantasma de La Romaredalarazon

«Agapito's way»; por María José Navarro
Es un constructor que, gracias a la Ley de Sociedades Anónimas Deportivas, se compró un equipo como quien se compra un robot de cocina.

Agapito Iglesias es un señor de Navaleno, Soria, que en 2006 compró ni más ni menos que el Real Zaragoza, seis veces campeón de Copa, campeón de Recopa y de Copa de Ferias. Agapito Iglesias es constructor, de esos que salieron como setas sorianas durante la bonanza ficticia que ahora explota en nuestras narices y en las de la Merkel, y se compró un equipo de fútbol como quien se compra un robot de cocina. Gracias a la Ley de Sociedades Anónimas Deportivas, los equipos de fútbol, que antes eran clubes de socios que se juntaban para formar un equipo que diera orgullo a su barrio o ciudad, pueden ahora ser comprados por el primero que pase por la puerta y tenga dinero o al menos pinta de tenerlo.

Por lo que se ve en Zaragoza y en el Manzanares, éstos que pasan suelen ser constructores sorianos con más ganas de hacer negocios que de darle alegrías a la gente de la grada. Agapito Iglesias, después de dejar el club como unos zorros y generarle una depresión a Zaragoza entera, incluida mi ahijada, ha decidido que pone el club en venta como si fuera el piso piloto de una nueva promoción fallida y que arree otro con la situación, que para eso se lo permite la Ley. Porque ahí está el problema, es la Ley que ha convertido el fútbol en un negocio turbio a espaldas de la gente que lo hizo grande desde las gradas. De la Ley nadie responde, como es costumbre; Agapito, por el contrario, se las verá con toda la afición maña de La Romareda y, lo que es más serio, con mi ahijada Rebequita y su genio de Agustina de Aragón.

¡Fuera! ¡Fuera!; por Lucas Haurie
Su etapa se cerrará en Segunda, con telarañas en la caja y con ley concursal. Tal podredumbre sólo es posible si la cabeza está podrida. Y lo está.

En el fútbol menudean los hombres providenciales que dicen salvar a los clubes de una quiebra segura, pero cuya capacidad taumatúrgica se agota pronto, más o menos al tiempo que las recalificaciones, los favores políticos o la satisfacción del afán de notoriedad. Así, Agapito Iglesias. El Real Zaragoza, aunque él trate de convencernos de lo contrario, existía antes de su irrupción en el accionariado. Los «Magníficos», los «Zaraguayos», Rubén Sosa, el gol de Nayim a Seaman o la Copa que Villa, Milito y Savio le soplaron en Montjuïc a los galácticos de Queiroz atestiguan que La Romareda conoció sus mejores días mientras estuvo alejado de su palco este constructor soriano tan amigo del anterior Gobierno de Aragón. Su etapa se cerrará en Segunda, con telarañas en la caja y acogido a la ley concursal.

Todas las temporadas hay tres descensos y los clubes afectados padecen un pequeño drama, pero muy pocos alcanzan el grado de descomposición al que ha llegado este año el Zaragoza. Eso no es culpa sólo de una plantilla, por malo que sea el ambiente del vestuario; ni de unos entrenadores, por poco apaciguador que resulte el carácter volcánico de Aguirre o de Manolo Jiménez. Tal podredumbre sólo es posible si la cabeza está podrida. Y lo está. Empezando por los impagos a profesionales o proveedores, siguiendo con los negocios con representantes de cámara tan poco de fiar como Jorge Mendes y terminando con el recurso a fondos de inversión en paraísos fiscales, todo en el proceder de Agapito es poco claro. Ahora dice que ha puesto sus acciones en venta. A saber si es verdad.