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Purga entre los comunistas chinos

Purga entre los comunistas chinos
Purga entre los comunistas chinoslarazon

PEKÍN- Pese a la monolítica apariencia pública de la que hace gala, el Partido Comunista Chino (PCCh) sufre las tensiones de cualquier organización política: rencillas y luchas de poder entre facciones y «familias». En esta batalla soterrada por el poder y con la vista puesta en el relevo generacional que tendrá lugar en otoño, ayer cayó oficialmente en desgracia el político más carismático y mediático de los últimos años. Bo Xiliai fue apartado de su cargo como secretario del Partido en Chongqing, la «capital» del interior de China. Su «renuncia» fue anunciada por la agencia de noticias Xinhua sin más detalles, pero parece evidente que se trata de una purga que lo saca de la alta política. Sobre todo después de que el primer ministro, Wen Jiabao, dejase caer el miércoles un par de indirectas contra él en su rueda de prensa anual.
Dentro del panorama monótono de la política china, Bo Xilai había destacado por muchas cosas. Para empezar, utilizaba un discurso más cercano a la realidad de la gente y menos técnico. Sus decisiones más populares, como el zarpazo ejemplar que dio a las mafias locales en 2009 o el plan para mejorar el estatus legal de los inmigrantes rurales, fueron orquestadas con una habilidad propagandística que no hacía recaer los méritos en el Partido, sino en sí mismo. Muchos han tildado de populismo una forma de hacer política que, sin embargo, se parece a la de la democracia: buscar convencer con argumentos sencillos, propuestas concretas y un lenguaje efectista. Este estilo, que por supuesto iba acompañado de grandes ambiciones, ha cautivado a millones de chinos, algo que no parece haber agradado al Buró Permanente del Partido, el órgano supremo de gobierno, formado por tan sólo nueve personas y al que Bo aspiraba a entrar este otoño. Lo cierto es que el PCCh lleva décadas evitando las personalidades magnéticas entre sus filas.

El segundo pecado capital que los analistas atribuyen a Bo Xilai es el de haberse erigido como cabeza visible de una presunta corriente dentro del Partido que aboga por desandar parte de lo andado en cuanto a reformas económicas y aperturismo. De hecho, cuando Wen llamó el miércoles a evitar que se desate un nueva «Revolución Cultural» en China se refería, seguramente, a evitar un ascenso de los «neo-maoístas».
Las tesis de este grupo piden una vuelta hacia la esencia del comunismo para hacer frente al aumento desorbitado de las desigualdades sociales y a la creciente sensación de que los cuadros del partido están corruptos hasta la médula y viven por encima del resto. Bo Xilai había instrumentalizado este hambre de justicia social, recuperando por ejemplo la parafernalia maoísta en desfiles y ceremonias; y proponiendo reformas para aliviar las durísimas condiciones de vida de quienes se están quedando al margen del desarrollo. Se ganó muchos enemigos. La simple idea de que se produzca una nueva «oleada roja» no sólo asusta dentro del partido, sino también a quienes han prosperado en los últimos 30 años, incluidos los nuevos ricos chinos y las multinacionales extranjeras.

La llamada «quinta generación» de líderes se prepara para tomar el relevo y muchos, incluso dentro del partido, creen que la lucha entre facciones nunca había sido tan descarada desde la revuelta de Tiananmen de 1989. También se dice que la fractura entre «familias» es la más seria en dos décadas. Caído Bo Xilai, la atención se centra ahora sobre la figura de Wang Yang, secretario del Partido en la rica región de Cantón y otra figura política que ha cobrado peso específico en los últimos años. Reformista y considerado del ala liberal, representa en muchos aspectos la antítesis de Bo. Su entrada, o no, en el Buró Permanente durante el Congreso del partido que se celebrará este otoño dará nuevas pistas para tratar de adivinar lo que nadie sabe: hacia donde se encamina la segunda potencia mundial.

 

De víctima a defensor del maoísmo
Aunque ha enarbolado en los últimos años la bandera del comunismo más ortodoxo, Bo Xilai lo sufrió en sus propias carnes desde la infancia. Su padre, un prominente colaborador de Mao, fue purgado en 1966, al poco tiempo de empezar la Revolución Cultural. El propio Bo Xilai pasó cinco años detenido y su madre acabó suicidándose. Fue tras las reformas aperturistas cuando Bo fue rehabilitado y en 1980 entró en el partido. Su carrera política, que empezó desde abajo, fue vertiginosa. El primer cargo importante le llegó en 1993, como alcalde de Dalian, una de las ciudades más prósperas. Su desgracia se mastica desde febrero de este año, cuando su mano derecha y jefe de la Policía, Wang Lijun, se vio envuelto en una confusa trama en la que incluso parece que pidió asilo político en el consulado de EE UU.