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Agua insumergible
No sé muy bien hasta dónde he llegado en mi trabajo. Donde quiera que esté, lo cierto es que nunca conté con llegar a parte alguna. Es cierto que tuve unos cuantos sueños cuando era joven y empezaba en este oficio, pero también es verdad que enseguida me di cuenta de que lo mejor que te puede ocurrir con un sueño es que al despertar no eches de menos la cama en la que lo tuviste. Nunca entendí muy bien la liturgia del éxito, ni estuve jamás dispuesto a que fuese el resultado de un esfuerzo excesivo, ni de dedicarle al empeño el tiempo que podría emplear en otros placeres inmediatos. Muchas veces me he sentido como el sediento que supiese que podrá apagar la sed bebiéndose su propio sudor mientras desiste de seguir corriendo hacia la fuente de la que mana el agua. A lo mejor es que desde muy joven me pareció que lo único que vale la pena del esfuerzo es el cansancio y que la consecución del éxito no produce en absoluto mayor placer moral que la conquista decente y laboriosa de la resignación al fracaso. Ahora sé que he dedicado mis mayores empeños al logro del fracaso, aunque debo reconocer que ni siquiera eso me ha salido del todo bien. En cierto modo soy un tipo irónicamente afortunado porque ni siquiera con todo el empeño que puse conseguí hundirme por completo. Hice mi travesía personal con absoluto desprecio de cualquier esfuerzo para flotar y sin embargo, me he dado cuenta de que a mi pesar era incapaz de hundirme y salía a flote de madrugada a pesar de la mar arbolada, como si fuese un náufrago de corcho a flote en la madera blanda de un agua insumergible. Recuerdo que cuando aún era casi niño, un compañero mío de instituto soñaba con ser cirujano y no perdía ocasión de proclamarlo. A mi me admiraba aquel entusiasmo tempranero, incluso diría que me habría dado envidia si no fuese porque yo tenía muy enraizada desde hacía algún tiempo la idea de que me gustaría ser el abnegado paciente indocumentado que espera las peores noticias tendido sin familia en una cama de hospital. Ahora estoy aquí y no sé muy bien cómo he llegado, ni si es razonable que siga. Es difícil conciliar el periodismo con la pasión por una vida oscura y discreta. Yo siempre quise destacar sin que se sepa y también eso es difícil de conseguir. Si algo me ha salido bien será sin duda porque ni siquiera se me dio bien el fracaso. Y desde luego admito que para alguien que ama el ostracismo, las páginas de un periódico no son el mejor lugar en el que esconderse.
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