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El silencio perpetuo del «Tigre»
La convalecencia de Manuel Antonio Noriega Moreno no parece ser suficiente para arrancarle una muestra de arrepentimiento por los crímenes que cometió hace más de dos décadas.
El «hombre fuerte de Panamá» regresó 21 años y 11 meses después de que cayera el régimen que encabezó de 1983 a 1989, en silla de ruedas y con la movilidad disminuida, pero con el interés proclamado a través de sus abogados de defenderse «porque fue juzgado en ausencia».
Un envejecido Noriega, que dista mucho del hombre peligroso y temido que fue, conserva aún rasgos de arrogancia que obligaron a las autoridades panameñas a montar un dispositivo para que la prensa no tuviera contacto con él. «Se niega a mostrarse públicamente.
Dice que no quiere ser parte de un circo mediático», declaró la ministra de Gobierno, Roxana Méndez. Como ironía del destino, el ex dictador, de 77 años, fue ingresado en la cárcel El Renacer, probablemente para pasar sus últimos alientos. Se enfrenta a penas de más de 60 años de prisión por una serie de truculentos asesinatos cometidos durante su régimen.
Se le atribuyen al menos la mitad de las 104 muertes ocurridas en circunstancias atroces. Noriega es un hombre de paradojas. Reconocido como ex agente de la CIA en Panamá y aliado de Washington antes de ser acusado de tráfico de drogas en Miami (Florida) fueron las propias fuerzas estadounidenses las que lo derrocaron un 20 de diciembre de 1989.
Su regreso al país centroamericano se produjo muy cerca de la fecha de esa invasión militar y fue encarcelado, en medio de estrictas medidas de seguridad, en una antigua base castrense que operaba el Ejército de EEUU, hoy una prisión de seguridad media.
Es ahí donde el último general que sometió a Panamá como parte de un periodo dictatorial inaugurado en 1968 por un golpe de estado encabezado por el general Omar Torrijos, deberá afrontar acusaciones de asesinato, desaparición de personas e incluso delitos por deforestación.
Se enfrenta a otros tres procesos por violaciones a los derechos humanos y desaparición de opositores. Deberá encarar los juicios con sus enfermedades a cuestas: hipertensión arterial, accidente cerebro vascular, úlcera péptica y rinitis alérgica.
El «Tigre», como lo llamaban sus compañeros de armas, tiene un origen humilde. Nació el 11 de febrero de 1934 en Panamá y se educó en el colegio estatal más antiguo del país: el Instituto Nacional, donde se vinculó con los ideales de la izquierda tradicional durante su juventud. Gracias a una beca pudo trasladarse a Lima a la Escuela Militar de Chorrillos, donde se graduó en ingeniería, aunque se conoce muy poco de su estancia en Perú.
No pudo con el «heavy metal»
Con 22 años de edad regresó para integrarse a la Guardia Nacional que más tarde sería convertida por él en las Fuerzas de Defensa de Panamá. Apoyó el regreso al poder del general Torrijos, lo que le permitió ascender como Jefe del Servicio de Inteligencia, desde donde entró en contacto con los servicios secretos de inteligencia de EE UU, presentes en territorio panameño por la vigilancia del Canal. Noriega fue entonces un informante regular y recibió por sus servicios más de 320.000 dólares hasta 1986.
Sus habilidades le permitieron entablar contactos con el narcotráfico colombiano. Según los informes, logró negociar con el cártel de Medellín para dejar pasar la droga a EEUU, con lo que obtuvo enormes ganancias económicas. Las atrocidades de Noriega no tardaron en aparecer.
Entre los crímenes de los que es acusado, se incluyen el asesinato del médico Hugo Spadafora, uno de sus principales denunciantes y cuya cabeza nunca ha sido encontrada, así como la muerte de su compadre, Moisés Giroldi, quien intentó derrocarlo. Incluso se le involucra con el atentado que mató a Torrijos, en 1981.
Convertido en sápatra, como presidente de facto declaró la guerra a Washington, pero un enorme dispositivo de marines dio con su captura. Fue una táctica de guerra psicológica la que venció su resistencia para permanecer oculto en la embajada del Vaticano: el Ejército puso canciones de «heavy metal» sin interrupciones durante tres días hasta que Noriega se entregó.
Ya en manos militares, fue llevado a Miami, donde le condenaron a 40 años de cárcel por delitos relacionados con el narcotráfico, aunque su pena fue rebajada «por buena conducta». En 2010 fue trasladado a Francia para enfrentar acusaciones por lavado de dinero y hace una semana se cumplió su extradición a Panamá.
Noriega regresó a un país totalmente distinto al que dejó, donde los familiares de sus víctimas claman por justicia. También es un Panamá con gran auge, donde no quedan rastros de la ruina económica que heredó su régimen y donde su habitantes imploran por evitar que sean «remilitarizados» nuevamente.
Morir en la cárcel de el renacer
A unos 30 kilómetros de la capital panameña, en medio de una vegetación exuberante y a orillas del Canal, se encuentra la cárcel El Renacer, a donde Noriega fue transportado en helicóptero el pasado fin de semana.
No es la primera vez que esta prisión se convierte en protagonista de la expectación; entre sus rejas de mediana seguridad ya ha albergado a funcionarios, narcotraficantes o reos de alto perfil, como el anticastrista cubano Luis Posada Carriles. Ingresa como un reo común, según la respuesta de las autoridades locales a las especulaciones mediáticas de un trato preferencial.
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