Artistas
El síndrome de Diana por Ángela VALLVEY
En el corazón de los británicos reina todavía, y en las cocinas inglesas su cara los mira desde una taza de plástico
Diana de Gales, Lady Di, era rubia, era bella, era joven, era sosa, era «trendy». Se le transparentaban las faldas y sonreía con la cabeza gacha, de forma tímida y encantadora. Bajo su flequillo dorado latía una mirada insegura. Diana se casó con un príncipe heredero y tuvo dos hijitos príncipes. Su vestido de novia llevaba una cola de siete metros y 10.000 perlas que le dieron de todo menos suerte. Cuando se casó, parecía que iba envuelta en papel de regalo.
Diana tenía a Barbara Cartland como abuelastra, una señora que escribía novelas de amor donde se narraban escenas picantes del tipo: «Ella lo abrazó y a los dos meses ya estaba encinta». Diana era la Princesa del Pueblo mucho antes de que el título se desplazara, mediante complicados impulsos de rayos y centellas catódicos, hacia el barrio currante de Madrid del que salió la Esteban.
Diana se dio cuenta pronto de que su príncipe no era azul, y las pasó moradas. «Éramos tres en mi matrimonio, y eso es mucha gente», dijo más o menos. Luego se divorció y el mundo entero rugió escandalizado, disfrutando de lo lindo. Lady Di se echó un novio musulmán, y eso sí que fue una revuelta para el mundo árabe. Su novio tenía un nombre bastante tontito: Dodi, pero es que nadie es perfecto. Como contrapartida, estaba forrado. Diana paseó su nuevo amor al calor de la cubierta de un yate hasta que su joven y trágica vida se quedó varada en la curva de un túnel, el de la plaza de l'Alma de París. Dodi y Di se fueron dejando un reguero de especulaciones: conspiración, asesinato, un hipotético embarazo… Lo que fuera. El caso es que Lady Di nos dejó para siempre. Su nerviosa media sonrisa, su peinado, sus causas humanitarias, su fotogenia, su capacidad para irritar a la Reina… El papel «couché» tiene menos color desde que ella falta. Su muerte temprana la convirtió en un icono pop. Su funeral superó a su boda en grandiosidad y espectáculo. Qué frágil fue. Qué quebradiza. Qué mona. Pero su sombra, su memoria, sigue planeando por doquier. Es el Síndrome de Diana, similar al Síndrome de Rebeca: su recuerdo despierta celos patológicos aún después de muerta. En el corazón de los británicos, Lady Di reina todavía. En las cocinas inglesas, su cara los mira desde una taza de plástico. Inolvidable Lady Di… Al fin y al cabo, existimos mientras alguien nos recuerda.
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