Londres
Money money
Soy anglófilo. Por estética y por la lectura. París me contradice, me confunde, me pasma, me maravilla y me molesta. Londres me emociona. Y admiro a los ingleses por su sentido de la vida entre las brumas y las lluvias, por haber inventado la comodidad, eso que se llamaba el «confort», por su valentía, su idiosincrasia, su jamón de York –que en York tiene su origen–, sus desayunos, sus corbatas, su conducción por la izquierda, sus yardas, sus puñetas y su incomparable habilidad para sacarle los duros a los continentales. No sólo a los europeos, sino a los americanos. Fue el gran duque de Bedford, autor del formidable ensayo «El Libro de los Snobs», olvidado o desconocido para los grandes sellos editoriales españoles, el primero en cobrar por recibir en su casa. Empezó por permitir las visitas turísticas a su castillo en Surrey, y terminó por cobrar una triple tarifa a los visitantes que deseaban saludarle y hacerse una foto con él. En las grandes casas de los millodólares de Tejas, en lugar preferente, hay siempre fotografías enmarcadas del duque de Bedford con algún miembro de la saga petrolera.
Alcanzó Bedford tan alta maestría en timar a los turistas que visitaban su castillo, que hasta los recibió en la cama. «Nos gustaría saludar al señor duque»; «el señor duque está seriamente afectado por una laringitis; no obstante, si ustedes abonan el plus correspondiente a "duque en la intimidad"podrán saludarlo siempre que no le hagan hablar ni se excedan en el tiempo de contacto». Y Bedford recibía a los turistas en la cama, con un elegante pijama a rayas, y simulando una laringitis que jamás tuvo cobijo en su garganta. Y su secretario, llegada la noche, le informaba de los resultados. «Visitas normales, 240 libras; visitas matutinas con saludo de Vuestra Excelencia, 659 libras. Visitas vespertinas con Vuestra Excelencia dignamente encamado, 2.340, libras. En total, un dineral».
Para mí, que el sucesor de Bedford en aligerar los bolsillos del prójimo es nada menos que el Príncipe de Gales. Figúrense la que se armaría en España si el Príncipe de Asturias percibiera decenas de miles de euros por recibir a un grupo de distinguidos foráneos en el Palacio Real, con encuentro previo en el Hotel Ritz. Sería impensable. Pues algo así es lo que hace el Príncipe de Gales –que por otra parte, me cae muy bien–, con los elegidos por «Porcelanosa», entre los que tengo formidables amigos que hacen muy bien en aceptar una invitación tan sugerente. Yo mismo lo haría sin titubear. Cenar en el Palacio de Buckinham con el heredero de la Corona británica no está al alcance de cualquiera, duquesa de Alba incluida. Lo sorprendente, y admirable, es que el Príncipe Carlos ponga el cazo con tan elegante caradura. Tengo para mí que no anda mal de dineros, pero en un inglés siempre bulle en su interior el deseo indestructible del sablazo. Y es tan diáfana su actitud, que no escandaliza a la opinión pública, lo que en otro modelo de sociedad resultaría incomodísimo.
No obstante, Bedford lo hacía mejor. Ese detalle de la laringitis sobrevuela cualquier picardía. Gracias a ello, el duque pudo conservar su formidable castillo y su prodigiosas tierras. Con sus ganancias pagaba los terribles impuestos, que a punto estuvieron de llevarlo a la ruina. Pero no creo que esa situación tan desagradable sea la que padece el Príncipe de Gales.
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