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Esperpento cinematográfico

Esperpento cinematográfico
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Se dice que Valle-Inclán es irrepresentable, pero yo siento que es carne de escenario», sentencia Lluís Homar. Durante buena parte del siglo XX estuvo fuera de ellos. Cuestiones ideológicas aparte, esta ausencia tuvo su origen en sus acotaciones, aún más líricas y complejas que el texto, los bruscos cambios de escena como si de un guión cinematográfico se tratara, su lenguaje hipercastizo y al mismo tiempo metafórico. El intérprete, uno de los más solicitados por el cine, la televisión y el teatro durante los últimos años, recupera su faceta de director para «Luces de bohemia». Es de los que cree que es mucho mejor mirarse en el espejo deformante del esperpento desde la escena que desde la crítica literaria, como se hizo durante décadas. Eso no quiere decir que no sea consciente de las dificultades. Todavía recuerda que dijo instintivamente que sí a la propuesta del entonces director del Centro Dramático Nacional (CDN). «Como actor siempre me fascinó la obra, pero como director me preguntaba, ¿cómo se interpreta esto?», además recuerda Homar que, durante un tiempo, se despertaba con ataques de ansiedad a las seis de la mañana.

La Europa de las revoluciones
Por eso recurrió a Xavier Albertí, que firma la dramaturgia: «No se trata de una versión, solo he eliminado una réplica que contaba exactamente con siete palabras». El dramaturgo catalán recuerda que Valle-Inclán señalaba como origen del esperpento a Goya, pero esta filosofía es plenamente contemporánea a su época: «Valle retrata una sociedad convulsa, una época donde los espejos de las grandes revoluciones europeas está muy latente, un tiempo donde se produce la modernidad. Todo está al servicio del regeneracionismo ético». Homar, que comparte su opinión no cree que detrás de esta imagen deformada de estos personajes y de la sociedad haya nihilismo, más bien lo contrario: «Valle-Inclán los ama, tiene una esperanza de que el mundo puede ser mejor».

Los problemas técnicos son hoy más asumibles gracias al audiovisual. Así sobre un escenario cuyo suelo y paredes están conformados por adoquines que son libros se proyectarán las acotaciones del autor. De esta manera será más fácil hacer viajar al espectador del Ministerio de Gobernación al Callejón del Gato pasando por la taberna de Picalagartos.

El miedo de Max Estrella
La otra parte es la elección del reparto. Diecinueve personas de las cuales la mayoría interpretan hasta tres personajes. Lo encabeza, como Max Estrella, Gonzalo de Castro, el doctor Mateo para el público televisivo, pero que ha subido el telón de grandes títulos teatrales como «La buena persona de Sezuan» y «Terror y Miseria del III Reich», de Bertol Brecht o Glengarry Glen Ross», de Mamet. «Me tiré de cabeza porque no hay tantas ocasiones de defender estos textos y, desde luego, ha sido todo un descubrimiento para mí», asegura. El actor prescinde de los postizos y se ha dejado crecer una barba canosa al más puro estilo del autor, que no le deja «ni convivir, ni amar, ni comer». Reconoce que tiene miedo, «si no lo sintiera sería un irresponsable», pero cree que el resultado final es «original, valiente y moderno».

A su lado, Don Latino de Hispalis, el antagonista de Max Estrella y también de Valle-Inclán, «ambos representan la parte noble e innoble del autor», apunta Homar. Lo interpreta Enric Benavent, uno de los triunfadores de las últimas temporadas teatrales gracias a montajes como «El arte de la comedia» y «Un enemigo para el pueblo». «Don Latino no existe sin Max Estrella, ni siquiera tiene nombre, sino pseudónimo, se mantiene en el espectáculo tras la desaparición de Max porque su proyecto de esperpento lo tiene que ejecutar él», apunta el intérprete. No es menos la categoría del resto del elenco con nombres como Miguel Rellán (Don Filiberto, Don Gay y Marqués de Bradomín), José Ángel Egido (Zaratustra, Ministro de la Gobernación, sepulturero), Isabel Ordaz (Madama Collet, Vieja pintada), Jorge Bosch (El rey de Portugal, Serafín el Bonito, Dieguito)...

Aunque la función, de momento, no tiene gira prevista, durante las semanas de representación en Madrid será vista por muchos jóvenes como tarea extraescolar obligatoria de sus profesores, dada la importancia del título y el escaso número de ocasiones en el que se representa. Homar ha pensado en ellos, pero no por eso realizó una versión a su medida, pues confía en la potencia de la comunicación del autor: «También cuando hice Hamlet las mejores respuestas fueron del público adolescente», comenta el director, que en aquella ocasión dirigía e interpretaba el texto de Shakespeare, una experiencia agotadora que se repitió durante 124 noches por toda España, quizá por eso ha tardado más de 12 años en ponerse de nuevo al frente de un conjunto. De esta conexión con las nuevas generaciones está tan convencido por la «sangrante» modernidad del esperpento, que bebió del cine, como destaca Alonso Zamora Vicente en «La realidad esperpéntica» su biblia durante este proceso de ensayos.

Responsabilidad
«Los personajes hablan tumultuosamente, todos a la vez, en ocasiones chillando, gesticulando. Es la "deformación"correspondiente a la pausada entonación recitativa de las "Sonatas"convertidas en interjecciones, sobreentendidos, blasfemias, balbuceos, alaridos. Y, correlativamente, colocamos al lado de este idioma torrencial el aspaviento oportuno. Inevitablemente se nos viene a la memoria el cine primerizo, hecho a base de gesticulación exagerada y veloz. Habrá que contar ya para siempre con el cine, de una u otra forma. Las películas rancias, caídas, carreras, sustos, muertes grotescas, guiños apresurados y torpones... logran tangible corporeiedad en las páginas del esperpento». Y señala con autoridad Homar la portada del libro, como si necesitara abrazarse a una doctrina para confirmar que camina en la dirección correcta. Le pesa la responsabilidad de las grandes ocasiones, la de ser el director de un texto que pese a haber sido escrito en la década de los 20 aún se pueden contar con los dedos de la mano las veces que ha sido representada de forma profesional.

 

El antecedente de Lluís Pasqual
Enric Benavent no ha tenido que bucear en los archivos para saber cómo interpretaron a Valle-Inclán sus predecesores porque formó parte del montaje de Lluís Pasqual que puso en escena este texto con éxito apoteósico desde París a su gira por España. Los protagonistas de aquella función fueron José María Rodero y Carlos Lucena (en la imagen), que pisaron en Madrid las mismas tablas que ahora ocupan los protagonistas de esta nueva versión. 


El detalle
CABALLERO DEBUTA

Caprichos del calendario y los ritmos ministeriales, el debut en la dirección de Lluis Homar coincide con otro estreno, el de Ernesto Caballero como director del Centro Dramático Nacional. La obra, como toda la temporada, estaba ya programada por Gerardo Vera, pero el CDN tiene ya rostro nuevo y está feliz: para Caballero es «un sueño» arrancar con esta pieza por ser «una obra fundacional de la dramaturgia contemporánea».