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Tartufo el blanco de todos los aplausos

El Teatro Estatal de Hungría debuta en España con una brillante puesta en escena del clásico de Molière

Tartufo el blanco de todos los aplausos
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Cuando Molière estrenó el «Tartufo» en 1664, Luis XIV prohibió la obra. Y eso que el monarca era defensor del hombre que ya entonces había estrenado «La escuela de las mujeres» (1662), el primero de sus escándalos. «Don Juan» cerraría el tríptico iconoclasta del gran maestro de la farsa. ¿Qué tenía la obra para causar tanto revuelo? Sin duda, los tiempos han cambiado, y el fariseísmo del protagonista no hace mella en nuestra sociedad como entonces. Tartufo es un Pantagruel lascivo, y ambicioso camuflado bajo la máscara de la virtud, y Orgón la víctima de sus engaños. Hoy podría ser mero repertorio de cierto interés histórico en manos ortodoxas. Pero en Almagro se ha visto sangre joven, una mirada liberada de ataduras. Ha sido un doble acierto del festival manchego programar este «Tartuffe» del Teatro Estatal de Hungría: además de traerlo por primera vez a nuestro país, ofreció una noche de gran e intenso teatro.El «gran siecle» que ha imaginado el director Robert Alföldi tiene la forma de un salón abierto y limpio, que el público rodea por los cuatro costados, presidido por una gran mesa circular. A su alrededor corren, gritan, aman, cotillean, conspiran y se atacan los protagonistas, todos de un blanco inmaculado, de este «Tartuffe» habitado por mascotas mecánicas y vestuario de época. Una obra tremendamente divertida en su primera parte, original, algo expresionista y, en su cenit, amarga como sólo las verdades saben serlo. «Yo creo en un teatro que hable honestamente sobre el mundo en el que vive. Ésa es su labor», cuenta el director.Y explica que en su repertorio hay 24 obras, desde Calderón y Shakespeare a Schiller. «Suelo dirigir clásicos porque me encantan. Me gustaría transmitir que no son obras aburridas que haya que respetar por tradición. Por eso intento encargar nuevas traducciones: durante siglos, el idioma ha cambiado tanto que no se puede permitir que la traducción sea un freno para el público».Por eso ha contado con la voz de un poeta de su patria, Lagos Parti Nagy. Perdidos como estamos en la traducción, hay que fiarse de los sobretítulos, que hablan de una versión deslenguada y libérrima. Alföldi cree que el fondo del «Tartufo» sigue vigente: «¿Aquí en España no existe el fanatismo religioso? En Hungría es un tema actual. Hay aún mucha gente que quiere decirte qué debes creer y pensar. Además, en esta versión, Tartufo no engaña a nadie: desde la primera escena se ve cómo es».Hubo debate entre bambalinas sobre si el protagonista húngaro, Zsolt László, tenía más de Harrison Ford, de Sting o de Ralph Fiennes. Y unanimidad sobre la calidad general de la compañía, y en particular de Judit Csoma (la beata Señora Pernell), Dorottya Volvaros (la voluble Elmira) y una muy divertida Tünde Muranyo (la sirvienta Dorina). Y explica Alföldi por qué nunca antes habían venido a España: «Los teatros de Hungría no suelen hacer giras, cada ciudad grande tiene su propio teatro importante con compañía estable. Debe de haber unos 150, de los que el 99 por ciento son públicos. Pero venir con una obra como ésta supone un esfuerzo importante y mucho dinero. Aunque espero que, tras esta experiencia, haya más».Un teatro abiertoReflexiona Robert Alföldi sobre su concepto de la escena: «El teatro público se ha levantado sobre la idea de la identidad nacional y el idioma. Pero ese mundo ha acabado. ¿Cuál es ahora el papel de esta institución? Debe ser lo más abierto posible a otras ramas del arte y del pensamiento. Debe ser el más curioso, valiente y abierto de todos». Y añade: «El teatro existe en el momento: no es un museo». Tras el cambio de Gobierno en Hungría, Alföldi bromea. «Quizá cuando vuelva ya no sea el director del Teatro Estatal».