Estados Unidos

George Clooney la política con encanto entra

Abre el Festival de Venecia con «The Ides of March», un retrato pesimista de la política en EE UU, que también protagoniza junto a Giamatti, Seymour Hoffman y Tomei

Evan Rachel Wood, George Clooney y Marisa Tomei
Evan Rachel Wood, George Clooney y Marisa Tomeilarazon

Lo sabemos: George Clooney es un enamorado de Italia. Tiene una casa a orillas del lago Como, colecciona ex novias que hablan con acento empapado de mozzarella y anuncia un café que sabe a gloria romana. Aquí, en la Mostra veneciana, empezó la carrera meteórica hacia los Oscar de su magnífica segunda película, «Buenas noches, y buena suerte», y aquí presentó «Michael Clayton», con su feroz alegato contra las grandes corporaciones. Que «The Ides of March», libre adaptación de la obra de teatro «Farragut North», de Beau Willimon, inaugurara ayer la 68 edición de la Mostra fue como cerrar un círculo: otra película enmarcada en la tradición liberal del Hollywood pro-Obama era aplaudida por la Prensa europea, y Clooney volvía a reafirmar su independencia ideológica en una industria que acoge con orgullo a sus disidentes. Pero ojo: al contrario que en los títulos citados, en esta ocasión no hay resquicio ni para el idealismo utópico, cualquier muestra de heroísmo queda sofocada por la cruda realidad, que no es otra que la política corrompe, estés en el bando que estés.



Un hueso duro de roer
Quizá porque sabe que un filme ambientado durante las elecciones primarias puede ser un hueso duro de roer fuera de Estados Unidos, Clooney intentó desmarcarse del contenido político de la película en una rueda de prensa más bien insípida, o políticamente correcta, flanqueado de Paul Giamatti, Philip Seymour Hoffman, Evan Rachel Wood y Marisa Tomei. «No es una película política», señaló. «Quiere ser un cuento moral sobre lo fácil que le resulta al ser humano vender su alma para conseguir una posición de poder. Por eso los ricos tienen tanto interés en la política». No hay riesgo, pues, de que Clooney se transforme en futuro candidato presidencial, porque lo suyo, dice, es el compromiso con el día a día y gobernar en estos tiempos que nos han tocado vivir es un infierno («hay un tipo muy inteligente en la Casa Blanca que lo está haciendo muy bien, ¿para qué meterme donde no me llaman?»). Tal vez ningún partido quiera ponerlo en su lista de candidatos, porque su película no deja títere con cabeza: ni los republicanos ni, sobre todo, los demócratas quedan bien parados. A los primeros, ha confesado el actor y cineasta, no les gusta el principio y los segundos detestan el final.

«En nuestra primera versión el protagonista era republicano», declaraba Clooney a la revista italiana «Ciak». «Pero luego pensamos que transformarlo en demócrata suscitaría menos juicios preconcebidos. No es cuestión de programa electoral sino de método, no es cuestión de partidos políticos sino de moralidad». Lo cierto es que Clooney puede tirar balones fuera tantas veces como quiera, porque en público su sonrisa ladeada se lo permite, pero «The Ides of March» es una película política, sí o sí. ¿Por qué, si no, les proyectó a los actores «El candidato», filme de 1972, dirigido por Michael Ritchie, protagonizado por Robert Redford como un aspirante a senador demócrata que seduce a las masas saltándose las normas? ¿Por qué, si no, les proyectó documentales sobre Kennedy, Obama, Bill Clinton y Bush?


Dos caras de una moneda
«El filme explora una historia universal, se pregunta si el fin justifica los medios. Los mecanismos de la política no son nuevos. Repetimos los mismos desde la época de Julio César», explicó Clooney. Precisamente el título, «The Ides of March», proviene de una frase de la obra de Shakespeare, la advertencia que recibe el emperador romano sobre su inminente asesinato el décimoquinto día del mes de marzo. Hay algo de shakesperiano en esta historia de traiciones y lealtades, en la que la ambición pone en su sitio a dos personajes que, en primera instancia, el relato retrata con admiración. El gobernador demócrata Mike Morris (Clooney) –que viene a ser un sosias del gobernador de Vermont, Howard Dean, que fracasó en las elecciones del 2004– y su jefe de prensa, Stephen Myers (memorable Ryan Gosling) –que viene a ser un sosias de Jon Favreau, el que se inventó el célebre «yes, we can» de Obama–, acaban siendo las dos caras de una misma moneda: para ambos crecer en política significa ceder a la vanidad, dejar un reguero de cadáveres a su paso, cambiar sus principios como quien cambia de perfume.

El mérito de la película es el de un cine clásico que sabe contar historias. La implacable cadena de causas y efectos que queman la inocencia de Stephen Myers –que incluyen, por supuesto, un escándalo sexual con una becaria– sacrifica la sutileza por la eficacia en comunicar el mensaje. Ryan Gosling borda la evolución dramática del personaje, cose en letras de oro el cambio que somete su rostro a una progresiva inexpresividad. En relación al estilo de «The Ides of March», es obvio que Clooney tiene en mente títulos como «El último testigo» y «Todos los hombres del presidente», que supieron rascar las heridas de la sociedad norteamericana en una época para curar la infección, o para buscar su paciente cero: «Soy un hijo del cine de los setenta. Eran tiempos turbulentos, como ahora: en la era de la lucha por los derechos civiles y la contracultura, el cine lanzaba preguntas que generaban un debate, una discusión entre los espectadores. Es el tipo de cine que aspiro a hacer». La solidez del discurso y la elegancia de la puesta en escena –con los claroscuros que el director de fotografía Gordon Willis habría filmado si estuviera vivo– de «The Ides of March» confirman a Clooney como un director de raza, que, eso sí, necesita un tema «fuerte» para crecerse.

«En 2007 estábamos en plena fase de preproducción de la película. Mi intención era rodarla en 2008, pero entonces ganó Obama y en medio de ese clima de entusiasmo pensé que no era muy buena idea enfriar los ánimos con tanto cinismo». Tiene razón Clooney: hay un pesimismo recalcitrante en la película que parece destinado a borrar de un plumazo nuestra confianza en el género humano. El jefe de la campaña republicana (Giamatti) hace una llamada que quiere desestabilizar la fidelidad al partido demócrata de un hombre que parece íntegro; el jefe de la campaña demócrata (Seymour Hoffman) no perdonará la deslealtad de su brillante empleado no movido por la honestidad sino por el respeto a las normas de un juego hipócrita; la becaria (Evan Rachel Wood) se dejará fascinar por la erótica del poder; la periodista (Marisa Tomei) utilizará la presunta amistad con sus fuentes en beneficio propio. Todos caerán en la trampa de la seducción, y todos serán castigados, aunque sea con el éxito, como dicta todo cuento moral que se precie de serlo.


Estrellas en un agujero
Lo que había de convertirse en el Palazzo del Cinema, una sede monumental para el festival, sigue siendo un socavón. Y lo seguirá siendo, porque quitar el amianto de los cimientos ha consumido buena parte del presupuesto. Mientras, Marco Müller no parece preocupado. En su presunto último año como director, ha conseguido que, por primera vez, los 65 títulos de las tres secciones oficiales del certamen sean estrenos mundiales. Ayer, el presidente del jurado, Darren Aronofsky, decía que le debe mucho a la Mostra, pero también admitía que el festival había sido cruel con él. Luces y sombras de un certamen que convocará a más estrellas que el cielo.