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«A mi pequeño lo asesinó Bachar Al Asad»
LA RAZÓN entra en Sermin, atacada brutalmente en tres ocasiones por las fuerzas del régimen
IDLIB- El tiempo fue clemente. Tras tres días de intenso aguacero, la noche era clara y estrellada. Un taxista turco, que colabora con los rebeldes sirios, nos llevó hasta un refugio en medio de ninguna parte donde nos esperaban dos desconocidos para cruzarnos a Siria. El frío cortaba la piel. A la orden de «yala bisura» (vámonos, rápido) emprendimos el camino, en silencio, uno detrás de otro, cargados con nuestra mochila. No se veía nada, la intuición nos guiaba. Anduvimos campo a través durante más de una hora hasta llegar a la alambrada cortada por donde los traficantes entran toda clase de mercancías hacia Siria. Habíamos cruzado al otro lado, pero aún quedaba lo peor: no ser interceptados por la Policía, que continuamente patrulla cerca de la frontera. Dos horas más de camino nos esperaban. La travesía fue realmente pesada, atravesamos lodazales, campos de siembra, siempre sin saber por dónde pisábamos. En tres ocasiones tuvimos que hacer un rodeo para alejarnos del camino principal que se presentaba peligroso. Llenos de barro llegamos a la aldea… y allí nos esperaba Abdullah. Respiramos aliviados.
Una anciana vestida de negro riguroso con un gran pañuelo que cubre su cabeza y parte del rostro nos sirvió una deliciosa cena de cuencos ful (alubias con tomate), arroz y yogurt. El cansancio nos superaba y no tardamos en acomodarnos en unas colchonetas, envueltos con varias mantas para nuestro merecido descanso.
En Atmah no se percibe la guerra, esta localidad fronteriza es una privilegiada porque no sufre los racionamientos de comida ni el bloqueo de comunicaciones. No es que el régimen sea condescendiente con sus vecinos que apoyan la revolución, sino porque usan las servicios de telefonía móvil turca.
A la mañana siguiente, viajamos a Sermin, vecina de Idlib, que cayó en manos de las fuerzas del régimen hace unos días. Para un trayecto de 40 kilómetros tardamos tres horas. Toda la seguridad es poca. Usamos dos vehículos, el primero para controlar que el camino está despejado y en el segundo viajamos nosotros con un conductor. En todo el viaje nos acompañan canciones revolucionarias de Ibrahim Qashush, mártir de la revolución, y de Abd Baser Sarud, por el que régimen ha ofrecido una recompensa de dos millones de libras (50.000 dólares) a quien lo entregue vivo o muerto.
Este cantante revolucionario, ex portero del equipo Karama, recuerda a nuestro famoso Julio Iglesias, no sólo por su pasado como futbolista, sino incluso su tono de voz. A medida que avanzamos por la carretera se hacen más evidentes las medidas defensivas para frenar el avance de las fuerzas de Asad. Barricadas con montículos de tierra y neumáticos a los bordes de la carretera para proteger las entradas a las localidades y cada uno o dos kilómetros hay una fortificación de nido de ametralladora. Aunque Abu Khaled, el conductor, nos tranquilice, su mirada trasmite inquietud.
Llegamos a Sermin, que ha sido atacada tres veces por las fuerzas de Asad. La ultima incursión fue el 27 de febrero. Tanques y tropas de asalto entraron en la ciudad y atacaron con morteros y artillería una veintena de edificios, y mataron a 14 personas, entre ellas un niño de cuatro años llamado Iyaz. Era mediodía, Hadiya, la madre de Iyaz, estaba en la cocina preparando la comida. El pequeño y su hermano de 6 años se acercaron a la ventana para ver los tanques. Un proyectil cayó cerca de la casa, Iyaz abrió la ventana y la metralla lo mató. Hadiya con el retrato de su pequeño entre los brazos se deshace en sollozos. «A mi pequeño lo asesinó Bachar. Cuando una madre entierra a su hijo es como si ya estuviera muerta. Estoy dispuesta a dar mi vida por la revolución», asiente. Aquel día también perdió la vida Maser, de 35 años y padre de tres hijos. Su hermano Abdu nos cuenta que estaban todos durmiendo cuando unos militares entraron y tras registrar la casa mataron a su hermano y después robaron las cosas de valor.
Sermin parece una ciudad desierta. Las calles están semivacías. Edificios destrozados por la artillería del régimen reflejan la fiereza del último ataque. Muchos comercios han tenido que cerrar porque se acabaron las existencias. Los vehículos apenas pueden circular porque no hay gasolina para llenar los depósitos. Pero los ánimos no decaen y todas las noches después de la oración del atardecer, decenas de jóvenes se concentran en el centro de la ciudad para protestar contra el régimen. «El pueblo quiere que se marche Bachar», «Somos mártires de la revolución», corean.
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