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Josep Carreras desmiente su nuevo amor por Jesús MARIÑAS
Parecían la gran familia que son, casi todos criados a los míticos pechos de Montserrat Caballé.
Con asistencia del presidente Mas y el siempre risueño alcalde Trías , el medio siglo liceístico de la diva fue una fiesta llena de reencuentros. Especialmente emotivos los tenidos con un Carreras en plan padrazo llevando a su hijo Albert, ya un mocetón casi clónico, como ayudante. O Joan Pena, otro descubrimiento de los Caballé, con sus hijos Joana y Miguel, o las entrañables Adela y Marisol Rocha, esposa del todopoderoso Mariano, señor de la saga que sigue lanzando perfumes Prada con éxito mundial. Sus fragancias llenan el orbe como Caballé lo hizo este medio siglo con su voz irrepetible. Era clamor en esta conmemoración adonde Montsita Martí acudió llevando en cochecito a la casi recién nacida Daniela mientras su padre, el inefable y bonachón Bernabé Martí, presumía de un traje azul con raya diplomática de hace 47 años. «Y me va como un guante», descubrió pasmándose al reconocer su ímpetu casi juvenil en algunas de las mil fotografías que proclaman el historial único de la diva.
Descubrí tres de las que soy autor: la que realicé en el Radio City neoyorquino cuando Frank Sinatra reunió a Montserrat con Diana Ross y Pavarotti, otra plasmando la recíproca admiración de Maya Plisetskaya a Montserrat en los Campos Elíseos tras una gala donde ésta se arrodilló ante la diva «para corresponder al mismo gesto que ella tuvo hacia mí tras verme en "Semiramide"», y una tercera que subraya el beso en la frente de Plácido Domingo cuando se reconciliaron para una gala de Reyes montada para Don Juan Carlos. Domingo y Montse no se hablaban desde una problemática «africana» en que ella sostuvo algo más nota. Fue su ruptura hasta ese enero del 92: «Yo los había juntado en Sevilla al inaugurarse el Teatro de La Maestranza», evocó precisador un Carlos Caballé recuperado de piernas tras dolorosísimo tratamiento con células madre. «Ha sido mano de santo». La homenajeada bromeó bajo españolísimo traje rojo con azabaches negros de Tot-Hom, que también firmaba el «imperio» en seda rosada de su hija Montsita, imponente en el peliagudo dúo de «El fantasma de la ópera» entonado con el ruso Nicolai Baskov, que fue fotografiado con la entregada Lamia Kashogui.
Carmen Mateu se esponjó en chaquetón de cibelinas rubias marcando su típico estilo, como el profesor Barraquer dándose aire con un ventilador de mano. Juan Diego Flórez enardeció ofreciendo una imprevista «La donna è mobile» magníficamente dirigida por José Collado. Admiró a Manuel Bertrand Vergés, Luis Andreu y un José Francisco Marco radiante al ver al padre de Apeles con capa española de vueltas rojas cerca de Josep Carreras, quien me desmintió un posible recién estrenado romance con una joven cantante. Tras divorciarse de la austríaca Jutta, tal aventuraban. «No hay nada, ya puedes desmentirlo».
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