Historia

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Vela sin cera (y III)

La Razón
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«Por más que me jurases lo contrario, Alvite, en realidad siempre supe que estabas de paso en mi vida y que ni tus cigarrillos se quedarían mucho tiempo en mi cenicero, ni tu ropa amanecería algún día en el tendal de la mía. Quería concienciarme de que eras algo pasajero y, sin embargo, cada vez que te veía me preguntaba quién sería la mujer que retocaba tus frases y desplanchaba tus camisas. Sabía que se te daba bien abandonar tus relaciones y que dejabas a tu paso una estela de amargura, pero me irritaba pensar que ni siquiera fuese yo la destinataria exclusiva de tanto dolor. Temía que lo nuestro desfalleciese en medio de una rutinaria indiferencia que lo redujese a una historia intrascendente y vulgar, sin los estragos personales que lo hiciesen algo verdaderamente inolvidable. Ya que no podía mantener tu amor, deseaba al menos no ser ajena a tu desprecio. Sabía que así como ponías todo tu entusiasmo y tus instintos en conseguir el amor de una mujer, tus mejores frases eran la brillante consecuencia natural de perderlo. Y a mí, sinceramente, me preocupaba esfumarme de tus brazos sin haberme hecho antes un hueco en tus frases. ¿Tan poco me querías que ni merecería siquiera el literario azote de tu agradable rencor? Tú mismo me habías dicho en varias ocasiones que es el rencor lo que hace perdurables los recuerdos y que por sí misma la memoria sólo sirve para evocar lo intrascendente, lo banal, lo que aguanta el paso del tiempo sin necesidad de ser importante "como perduran las cicatrices de aquellas heridas de las que ya ni se recuerda el dolor". ¿Cuál sería el día de mañana mi lugar en la memoria de un tipo que vivía sin fotos, sin reloj y sin agenda? ¿Desaparecía de tu vida mi rastro tan pronto se esfumasen las manchas de lo nuestro con la última colada? Por más veces que lo intenté, jamás supe contestarme esas preguntas. Ni sé cuales fueron las razones por las que entraste inesperadamente en mi vida, ni acertaría a identificar los motivos por los que sin previo aviso te largaste de ella dejando como recuerdo la estela de alguien que habiendo entrado a robar se marchó luego de haber renunciado al botín y después de haber vaciado su alma y sus bolsillos. Ahora recuerdo con nostalgia y con afecto el amor que me diste y también el dolor que me causaste. Desde entonces dejo cada noche la llave en el felpudo por si acuerdas volver, aunque sólo sea para despedirte dejando en mi espalda mientras duermo una de esas frases hermosas, amargas y expresivas que parecen escritas a la luz de una vela sin cera».