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El cuento de Caperucita Roja
No llegó en 1930 porque el golpe de estado republicano fracasó, pero en abril de 1931, tras unas elecciones municipales en que los republicanos obtuvieron sólo 5.775 concejales frente a 22.150 monárquicos, un rey desfondado por la muerte de su madre y el abandono de los suyos se dejó convencer para abandonar el país. Lo hizo y apenas unos días después ardían los primeros conventos. La izquierda en el poder -que se apresuró a tomar medidas como la aprobación de una ley de defensa de la república, que aniquiló la libertad de expresión y que emprendió reformas que no solucionaron ni siquiera el problema de la violencia anarquista- fue derrotada en 1933 precisamente en las primeras elecciones generales con voto femenino. No lo pudo tolerar y en 1934 se alzó en armas contra el gobierno republicano. La revolución fue sofocada, pero la república ya estaba condenada. En febrero de 1936, tras un pucherazo electoral, la izquierda regresó al poder e inició la revolución. En julio, se produjo un alzamiento contrarrevolucionario que, al fracasar, se convirtió en guerra civil. Ésa es la realidad histórica. Sin embargo, de acuerdo con la mitología especial de cierta izquierda, la II República habría sido un régimen traído democráticamente por las masas, cuya legitimidad descansaba en la izquierda que iba a solucionar los problemas del pueblo y a la que amenazaba un lobo que lo mismo adoptaba la forma de cura que la de militar o simple dueño de una tienda de ultramarinos. Pero esa versión es sólo el cuento de Caperucita. Roja, por supuesto.
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