Feria de Abril

Kiki la sombra del maestro

Por fin, tras quince duros meses de dolor, sacrificios y espera, José Tomás reaparece en público y vestido de luces.Valencia, el viejo y ya, desde fallas, nuevo coso de Monleón es el escenario elegido para este retorno. Un regreso que ha supuesto un auténtico acontecimiento en el mundo taurino y una verdadera conmoción en la ciudad.

La Razón
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El día de ayer amaneció gris y plomizo e incluso cayeron algunas gotas a primera hora de la mañana. En cualquier caso, no impidieron que el torero siguiese con su rutina y sus habituales costumbres de los días en que torea. Así, en chándal, camuflado bajo una gorra de visera y una barba que, como su admirador Luis Francisco Esplá, no se afeita hasta que se viste de torero, sale del hotel a pasear durante un buen rato. Acompañado de su fiel «Kiki», Jesús Arroyo, su mozo de espadas –el hombre que en Aguascalientes taponó con sus propias manos la herida por la que se le iba la vida al matador–, recorre a buen paso los alrededores. El antiguo cauce del río, transformado en vergel y zona de ocio, con la deslumbrante y futurista Ciudad de las Artes y las Ciencias, es el escenario de este paseo para el que no quieren testigos que molesten ni, mucho menos, periodistas. Nadie se ha dado cuenta de que pasea por allí el maestro. De vuelta al Valencia Palace, donde se aloja, el torero se refugia en sus habitaciones y Kiki, junto al resto de la cuadrilla, se va a la plaza para el sorteo de los toros a lidiar por la tarde. Tampoco allí sus hombres de confianza quieren hablar de su matador y, mucho menos, de sus intimidades. Ni siquiera sueltan prenda cuando se les pregunta por el color del traje que va a vestir por la tarde. Muy amables y educados, eso sí, Kiki y Andrés, el hermano del torero y mozo de espadas, declinan hacer cualquier comentario sobre cómo pasa el matador las horas que faltan para vestirse de luces: «Disculpa, pero eso son cosas íntimas del torero». Y dicho y hecho. Cremallera. Tampoco su apoderado, Salvador Boix, puede ayudar mucho más: «No es mucho lo que pueda decir. Estoy toda la mañana en los corrales y prácticamente sólo le veo cuando estamos para salir hacia la plaza».

Vuelta al hotel, donde el torero come y se relaja antes de cumplir con el ritual de vestirse de torero.
Al llegar a la plaza, entre una verdadera multitud, él y su peonaje se abren paso hasta el túnel de cuadrillas, donde espera –no va a la capilla, debe ser también porque hay muchísima gente–, mientras se lía en su capote de paseo –complicada operación que, al contrario que otros toreros, realiza él solo, sin ayuda de sus subalternos– a que, con los sones del pasodoble de la zarzuela de Barbieri «Pan y toros», dé comienzo la corrida.