Cristina Cifuentes
De quién es la calle por Martín Prieto
El Gobierno de Río de Janeiro construyó un «Sambódromo», una especie de foro para carreras de cuadrigas sacado de «Ben-Hur», para despejar durante los carnavales el centro carioca paralizado por la procesión de las «Escolas», motivo de tumultos y fechorías. Lo aceptaron, muy a mi pesar, porque los brasileros están menos estresados que los españoles. La delegada del Gobierno en Madrid no debe haber visto en Buenos Aires las cargas de las barras bravas de «Boca Juniors» y «River Plate» que sólo abren los telediarios si hay muertos de bala. El ministro del Interior felipista perdió el cargo por intentar subvertir la inviolabilidad del domicilio sin orden judicial, uno de los pilares de la sociedad junto al habeas corpus. Tantas manifestaciones en Madrid nos están poniendo nerviosos y la delegada Cifuentes ronronea la peligrosa intención de ponerle corsé al derecho de reunión y manifestación, previendo con acierto un otoño en el que puede arder el asfalto. Lo que ocurre y ocurrirá no es el 68 francés cuyo líder Daniel Cohn-Bendit, «Dani el rojo», ha pasado a verde como orondo eurodiputado. De Gaulle desapareció unas horas yendo en helicóptero a Alemania Federal a garantizarse con el general Jacques Massú el apoyo militar a cambio de liberar al general Salan y sus conmilitones del «puscht» de Argel. Pero quien finalizó el 68 fue el ministro de Cultura André Malraux encabezando una macromanifestación del centro-derecha que sí paralizó París. El derecho a manifestarse no hay que tocarlo, y los sucesos de estos meses los estamos magnificando los medios. Lo que necesitan los madrileños es el tantas veces negado estatuto capitalino y que el Estado pague los platos rotos en el manifestodromo. Fraga le dijo a Tamames: «La calle es mía». Y se equivocó. Que lo recuerde Cristina Cifuentes.
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