Barcelona

A qué viene el Papa

La Razón
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Para entender cabalmente a qué viene el Papa a España, cuya visita empieza hoy en Santiago, conviene no distraerse por el ruido de las anécdotas y fijarse en la médula espiritual y cultural que vertebra el viaje. Resulta ridículo, por ejemplo, dar pábulo a unas decenas de manifestantes que protestan por la presencia papal cuando al menos 150 millones de personas en todo el mundo la seguirán por televisión. Y resulta cómico el esfuerzo denigratorio de los laicistas radicales cuando decenas de miles de españoles se han movilizado para acompañar a Benedicto XVI en dos de las ciudades españolas más universales y emblemáticas del cristianismo. Mal que les pese a los predicadores neoanticlericales, España es abrumadoramente católica y, no sin razón, se convertirá el próximo año, cuando el Papa vuelva para presidir en Madrid la Jornada Mundial de la Juventud, en la nación que más veces haya visitado. ¿Por qué esta predilección? Sin duda, por la posición central de España en el debate que agita a Europa y que más preocupa a la Santa Sede: el avance del laicismo excluyente, cuyo objetivo es expulsar a la Iglesia de la plaza pública, recluir su mensaje al ámbito privado y expropiar a la familia, en beneficio del Estado, ámbitos de decisión como la educación y la expresión social de la fe. Ningún otro país europeo como el nuestro es tan ilustrativo de esta tendencia que se ha acentuado desde que gobierna la izquierda. Además de leyes extremas como la del aborto libre y la del matrimonio homosexual, la ingeniería social del PSOE no agota su capacidad de inventiva, con casos tan chuscos como el de los apellidos. Ni que decir tiene que en su agenda oculta figuran otros objetivos menos risibles, como la eliminación de los colegios de la Iglesia y una ley de libertad religiosa destinada a eliminar todo símbolo cristiano, como si fueran tan dañinos como el tabaco. Que todo esto suceda en uno de los países más católicos del mundo es lo que ha llevado a Benedicto XVI a redoblar en él sus esfuerzos pastorales. En esta ocasión, el mensaje papal no ha podido encontrar un escenario más apropiado, Santiago y Barcelona, para reivindicar las raíces cristianas de una nación y de un continente que están en trance de desaparecer en beneficio de una idolatría del Estado y de una concepción cultural que prescinde de Dios. Si Europa ha sido la cuna de las libertades es porque echó raíces en el humanismo cristiano y en la concepción de la persona como templo de Dios, siguiendo la enseñanza evangélica según la cual no hay hombre ni mujer, ni amo ni esclavo, ni judío ni griego, sino todos iguales en derechos y obligaciones. Sobre este basamento se ha construido la civilización occidental en libertad y progreso. Sin embargo, en las últimas décadas se ha instalado en ella la filosofía del «todo vale lo mismo», repudiando la jerarquía de valores aquilatada durante dos mil años y dejando inerme a los ciudadanos frente a las ideologías y a otras concepciones religiosas que niegan el núcleo central de la civilización occidental. Debilitar lo cristiano, dilapidar su herencia y arrinconar a la Iglesia como testigo de la fe que ha hecho libre al hombre sólo puede conducir a la autodestrucción y la sumisión. De ahí el especial interés de Benedicto XVI en España y su futuro.