Historia

Nueva York

Malos tiempos para Lars Von Trier

Es uno de los más grandes y polémicos cineastas contemporáneos. Cintas como «Rompiendo las olas» lo elevaron a lo más alto, aunque ahora tanto profesional como personalmente está en horas bajas. Sus palabras a favor de Hitler en la presentación de «Melancolía», premiada en Cannes, pero cuestionada por la crítica, le siguen pasando factura

Boca cerrada: Lars Von Trier ha declarado que no volverá a conceder una entrevista
Boca cerrada: Lars Von Trier ha declarado que no volverá a conceder una entrevistalarazon

Han corrido caudalosos ríos de tinta desde que el pasado 18 de mayo, después de que «Melancolía» se perfilara como uno de los caballos ganadores en la carrera por la Palma de Oro, Lars Von Trier metiera la pata hasta el fondo declarándose simpatizante nazi en una memorable rueda de prensa. La película ha seguido recorriendo su camino, ganando adeptos en los festivales de Toronto y Nueva York, pero el cineasta danés sigue pagando el peaje de su estupidez. El 6 de octubre, tras sufrir un interrogatorio policial promovido por la fiscalía de Grasse, que le acusa de haber violado la ley francesa contra la justificación de crímenes de guerra, Von Trier declaraba que nunca más asistirá a una rueda de prensa ni concederá entrevistas, dado que no es capaz de expresarse sin generar equívocos. Lo que van a leer ahora sirve, pues, como epitafio de una obra llamada a seguir molestando a propios y extraños –su próxima película, «Nymphomaniac», tendrá dos versiones, una de ellas porno–, pronunciado pocas horas después de que el Festival de Cannes le nombrara «persona non grata».

-¿Qué piensa sobre el revuelo que han despertado y siguen despertando sus declaraciones?
-He amanecido con titulares del estilo: «Von Trier, el cerdo nazi». Como podrá entender, es algo que no ha sentado muy bien a mi familia. El periodista que me entrevistó para la revista del Danish Film Institute donde aparecieron por primera vez esas declaraciones sabe que no soy un nazi. Quizá sí un cerdo, pero no un nazi.

-Cancelaron la fiesta después de la proyección oficial de «Melancolía». Charlotte Gainsbourg ha suspendido todas sus entrevistas. Kirsten Dunst no se corta a la hora de criticarle. ¿Ha pedido disculpas?
-«Lo siento» es una expresión muy vacía, muy americana. Cuando digo que «lo siento», no puedo dejar de imaginarme a Clinton diciendo lo mismo. Lamento haber ofendido a la gente, no era mi intención.

-¿Cree que lo han malinterpretado?
-Si hubiera hecho esta declaración en Dinamarca nadie se habría escandalizado. En Dinamarca, despectivamente, a veces nos referimos a los alemanes como nazis. Y en ese sentido –inapropiado, sé que lo es– fue como lo utilicé. Sé de lo que hablo: en el lecho de muerte mi madre me confesó que yo no era judío sino medio alemán. Y cuando dije que simpatizaba con Hitler, no quería decir que aprobaba lo que hizo, sino que lo entendía como ser humano, y que, de algún modo, me resisto a culpar a unos pocos de lo que hicieron unos muchos. Todos llevamos un pequeño nazi en nuestro interior.

-Insiste en utilizar la palabra «nazi»…
-Cuando dije que no quería que la película fuera «demasiado nazi», me refería a lo que hizo el Tercer Reich con el Romanticismo alemán. Lo adoraban, y pervirtieron su sentido. Tenía miedo de que me ocurriera en el prólogo: temía que fuera demasiado «kitsch», de mal gusto. El resto del filme es una reacción a ese prólogo.

-¿Cree que la melancolía ha formado parte de su cine incluso antes de sufrir su depresión?
-La melancolía siempre está en las obras de arte que nos gustan. Es un sentimiento que nos impulsa a desaparecer, una droga que conviene tomar en pequeñas dosis. Es de ese sentimiento del que parte la película. Mi depresión empezó en forma de ataques de ansiedad. Llega un punto en que la ansiedad es tan fuerte que el cuerpo no puede resistirla. La ansiedad es terrible para ti, la depresión es terrible para tu familia. No puedes hacer nada por ellos, no puedes relacionarte con nadie. Y, sin embargo, han sido las ganas de dirigir las que me han sacado de ella, aunque es inevitable que las dos películas que han surgido de esta etapa sean más bien oscuras.

-El origen de «Melancolía» fue su colaboración con Penélope Cruz. ¿Qué ocurrió para que saliera del proyecto?
-Ella quería que hiciéramos una película juntos, y yo estaba de acuerdo, me parece una actriz fantástica. Trabajamos bastante, pero las fechas de «Piratas del Caribe IV» se interpusieron entre nosotros. No es la primera vez que me ocurre, y no me molesta especialmente. Creo que enriquece la película el hecho de enfrentarse a un problema que hay que resolver, y adaptar el material existente a otro rostro, a otra manera de trabajar.

-Sigue proyectándose en sus heroínas. Casi toda su obra puede entenderse como un extenso retrato femenino, y a la vez como un autorretrato…
-Me parece más honesto proyectarme en mis heroínas que escribir un personaje femenino que demuestre que no tengo ni idea de cómo son las mujeres. En todo caso, creo que las diferencias entre hombres y mujeres son más pequeñas de lo que creemos.

 

El detalle
MUSAS A SU PESAR
-«Rompiendo las olas» (1995). Emily Watson protagoniza esta historia de amor al límite que le valió al director el Premio del Jurado en Cannes.

-Von Trier le dio a Björk su oportunidad en «Bailar en la oscuridad» (2000). Su relación, como con el resto de actrices con que ha trabajado, fue pésima.

-Nicole Kidman fue su musa en «Dogville» (2003), sobre los años de la Gran Depresión en Estados Unidos.

-La acción de «Manderlay» (2004) , con Bryce Dallas Howard a la cabeza, transcurre en una Alabama aún racista.

 

Un cineasta con lado oculto
¿Genio o farsante? Para unos, lo primero; otros se quedan con lo segundo. Lo que no admite dudas es que es un provocador con exceso de verborrea, aunque la palabra no es lo único que pierde a Lars Von Trier. Su penúltima «boutade» sobre el führer le ha valido un aluvión de críticas, algunas por parte de sus actrices. «Siento compasión por Hitler», afirmó en Cannes. Se disculpó, pero no fue suficiente. Lo mejor, ha dicho, es no volver a hablar. Entre sus pasiones no oculta su gusto por un vaso de vodka, una bebida que prefiere tomar solo y a largos tragos. Quienes están cerca de él aseguran que no falta nunca en su bar. Tampoco escasean los lienzos porque la pintura es uno de sus hobbies. De hecho, algunos de sus cuadros cuelgan de las paredes del castillo de Frederiksborg en el pueblo danés de Hillerod. Son obras monocromas que reflejan el universo angustioso del director, propenso a los ataques de ansiedad. Odia, además, volar, por eso las localizaciones de sus filmes no superan los límites de Dinamarca y alrededores. Y siente verdadero pánico por los espacios abiertos.