París
Contador se desploma
Exhibición de Andy Schleck, con un ataque lejano en el Izoard, y hundimiento de Alberto quien, a más de cuatro minutos del luxemburgués en la meta, dice adiós al Tour
Y es ahí, «a falta de siete u ocho kilómetros», cuando ya no se puede más, piernas hinchadas como globos. Se lo había dicho Contador a Samuel en las faldas del Lautaret, terreno llano que parecía transitorio, un tobogán hacia la corona del Tour que fue malvado y traicionero. Es ahí cuando, infladas las piernas, gritan porque ya no soportan el dolor y explotan, traidoras como pocas veces. Es ahí cuando Contador se tiene que sentar. Un caminar que se le hace eterno hasta Serre Chevalier. Es la tortura de la derrota. Cada pedalada hacia adelante es dolorosa, ardua. Conduce al infierno. Un glaciar, que es el fantástico Galibier, cae sobre él y lo sepulta en los cuatro minutos que tarda en llegar a meta. Adiós. Todo se ha acabado, telón bajado, luces apagadas y oscuridad. Es la soledad, ésa, la fantástica que otras veces le ha acompañado testigo de su supremacía y que ahora, desoladora, golpea cual martillazo mientras Evans, Basso Frank Schleck y Voeckler se marchan. Y él, ahí, solo, se sienta y los ve marchar. Los deja, a ellos y al Tour «ya imposible de ganar», acepta, porque nada puede hacer.
No fue un suspiro momentáneo. El agarrotamiento venía de antes. La rodilla y su incomodidad. La fatiga. En el Col de Agnello, antes de regresar a Francia, Contador ya claudicaba en la parte trasera del pelotón. Mala cara. Cuando una cámara se le acercó, cambió la visión hacia el vacío, como observando el paisaje. Puro disimulo, le habían pillado sin gafas de sol, desprevenido, y su mirada agotada se mostraba al mundo. Quiso esconderla, pero no pudo. Todos la vieron y el Leopard salió de caza, hambriento. Los Schleck mandaron a dos guepardos, Posthuma y Monfort, para abrir camino mientras los jefes de la manada, agazapados, se hacían señas en el grupo. Un silbido de Andy a su hermano lo indicó todo. Minutos después, una zancada prodigiosa, un ataque ante las miradas atónitas del resto de favoritos le dejaba solo en el Izoard. 60 kilómetros a meta. Suicidio.
Era el todo o la nada. La gloria más absoluta de aquel ciclismo épico que cualquiera menos los Schleck, perfiladores de la modernidad más absoluta, podría esbozar, o la miseria del atacante herido. Y resultaron grandiosos y legendarios Andy Schleck y el Leopard Trek, etapa para enmarcar. De libro. Aguantaron Posthuma y Monfort con él hasta donde pudieron. Monfort le guió en el descenso, no sin algún susto por tomar las curvas abiertas; y entre valles, camino del Galibier, Andy, ya solo, se vestía de líder, virtual amarillo, mientras detrás nadie se movía. «Un uomo solo al comando, la sua maglia è biancoceleste». Se podrían reeditar los gritos del cronista Mario Ferretti en el Giro del 49 dedicados a Coppi. Antes, mucho antes, había abierto camino el Tour hacia el Galibier. Un siglo hace ya del paso de Emile Georget por el coloso que sepultó cien años después a Contador. Georget consiguió subir hasta el Galibier sin poner pie a tierra en las más de dos horas y media que le costó subir. Al llegar a meta, enfurecido, fue donde a Henri Desgrange, un loco periodista al que un día se le ocurrió crear la mejor carrera del mundo que es hoy el Tour, le espetó entre gritos: «Te he dejado sin palabras».
Cien años después, fue Andy Schleck, camino del mito, el ciclista que comienza a convertirse por fin en el campeón que su talento natural dibuja, el que lo espeta. Sin palabras. «Oh Sappey, Oh Lafrey! Oh Col Bayard! Oh Tourmalet! Al lado del Galibier sois pálidos y vulgares bebistrajos». Lo escribía Desgrange en un editorial a finales de 1910. Ese invierno se había marchado a los Alpes a explorar, a abrir caminos para la carrera que un año antes había ya dirigido por primera vez a los Pirineos y quería seguir expandiendo. Pálido se quedó Contador por el dolor de un triunfo que se va, imposible ya de conquistar. Ni cuarto Tour ni doblete, como hiciera Pantani en el 98, desde el Galibier hasta París. El glaciar sepultó al madrileño cuando Evans, tensada la cuerda hasta el extremo, se decidió a arrancar segundos a Andy Schleck, sin liderato por la resistencia sideral de Voeckler. Un día más de concesión para el francés.
Cadel Evans, el silencioso
Está ante la gran oportunidad de su vida, aunque ya ha dejado pasar muchas, y esta vez no puede desaprovecharla. Cadel Evans ha pasado todo el Tour en la retaguardia, aprovechándose de los ataques de los demás para aguantar en posiciones cabeceras y no perder tiempo en la general. Ante las dos etapas decisivas que son la llegada a Alpe d'Huez (hoy) y la «crono» (mañana), que le favorece más que a ninguno del resto de favoritos, se presenta como el gran candidato para ganar el Tour. En el ascenso al Galibier supo gestionar el difícil papel que sus enemigos le dejaron al tener que tomar la responsabilidad de recortar la diferencia de Andy Schleck, que se alejaba casi cuatro minutos antes del ascenso. Atacó y redujo hasta los dos minutos y 15 segundos para posicionarse cuarto, a sólo 57 segundos del luxemburgués.
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