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Espontáneos

La Razón
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Mira por donde, parece que lo más destacable de la actuación española en Eurovisión fue el espontáneo que saltó por su cuenta a incorporarse a la coreografía, aunque al principio no pareciera que desentonara. Este tipo de imprevistos dentro de ceremonias más que previsibles siempre alegran un poco el sarao y evitan al respetable por un rato el bostezo. Yo reconozco que siempre he sido aficionado a esos individuos que saltan vallas, cascos, cachiporras y protocolos para hacer su número personal. Por entretenerme, me gusta más ver a los jugadores de fútbol persiguiendo al conejo o la gallina que se ha colado en el campo, que luego desarrollando tácticas plomizas. Igual que el ebrio panzudo que burla las barreras, roba el balón y mete un gol. ¿Y en los toros? Están últimamente tan mortecinos y sosos que ya ni siquiera tenemos espontáneos que se lancen al ruedo, que era una tradición que lo mismo llevaba al hoyo o a la enfermería que a la gloria, y ahí tenemos a El Cordobés para demostrarlo. Claro que tienen menos gracia los profesionales del asunto, tipo Jimmy Jump, un catalán especialista en sabotear acontecimientos, que igual salta en una final balompédica que se tira al agua en una de waterpolo o a reventar a Federer en una de Roland Garrós. Y esta vez jodiéndoles el baile a los chiquititos. Ese tipo de perseguidores contumaces del minuto de fama son unos pelmas cansinos que aburren por simple insistencia y están más vistos que Jesús Vázquez. Saltar al hemiciclo Mucho más preferibles son los «streakers», aunque estén algo pasados de moda: esos tipos y mozas, algunas de buen ver, corriendo en pelota picada por las canchas delante de un tropel de guardias de seguridad dispuestos a taparles a gorrazos las vergüenzas. A ver si sale alguno o alguna en el Mundial de Suráfrica. En fin, en este tostón de sociedad sólo esperamos un poco de espontaneidad. Vete a saber, incluso alguien que salte en el hemiciclo y se presente como nuevo presidente del Gobierno.