España
La felicidad por María José Navarro
La otra mañana caí de pronto en uno de esos canales chiquitujos que engordan las plataformas de televisión y que se recrean habitualmente en la digestión que hace una pitón cuando se merienda a un cervatillo, lo que demuestra la vieja teoría de que la naturaleza puede que sea saludable pero es también muy mala persona
En uno de esos canales, no sabría decirles cuál, el pasado fin de semana echaron un reportaje sobre la felicidad. Dígame dónde vive Vd. y le diré qué grado de felicidad se estila por la zona, o algo parecido. En ese reportaje aparecía un sociólogo veterano que trataba de componer un mapamundi con niveles de gente contenta y, oh, ah, acabáramos, resulta, señoras y señores, que Europa es una maravilla.
Por lo visto, lo de los orientales no tiene nombre, porque es gente muy currante y tal, pero se lo montan muy malamente. En Iberoamérica tienen siempre tantos problemas que aquello no acaba de encontrar la estabilidad (que es como llaman al amor las parejas que llevan más de dos años) y en EE UU se hacen tantas preguntas trascendentes y tienen tantas armas a mano que aquello es un sindiós.
De los países árabes se hablaba en términos negativos, más que nada porque, de lo contrario, las mujeres de esa zona hubieran salido a correr al del reportaje a escobazos, y quedaba de vergel Europa, la aburrida y triste Europa, que, sin embargo, está la mar de contenta.
El veterano sociólogo, no obstante, advertía diferencias entre las distintas partes del continente y acababa comentando que, contrariamente a lo que se podría pensar en teoría, los países del norte son mucho más felices que los del sur, citando específicamente entre los descontentos a Portugal, España, Italia y Grecia. Por qué, se preguntaba el narrador, es eso posible entre ciudadanos que disfrutan de unas tierras donde luce el sol, el tiempo acompaña y se hace mucha vida en la calle. El sociólogo veterano respiró y emitió su veredicto: porque falta confianza social. Y cuando los amigos de culpar a Zapatero de las plagas de langosta, de las baldosas trampa y de que los tomates ya no sepan a tomate estaban a punto de señalarle una vez más como el responsable de otra nueva calamidad, el sociólogo añadió: no se trata de falta de confianza en sus gobiernos, se trata de falta de confianza en el otro, en el prójimo, en el cercano, de la sospecha continua sobre la honradez de los que nos rodean. Que me eché mano al bolso en pijama y todo, oyes.
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