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OPINIÓN: Crisis de valores más que económica

La Razón
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En este domingo, con el que se cierra el ciclo navideño con la fiesta del Bautismo del Señor en el río Jordán, quisiera recordar unas palabras del Santo Padre, Benedicto XVI. Nos las dirigió a los que participábamos en la última plenaria del Consejo Pontificio para los Laicos, celebrada en Roma del 24 al 26 del pasado noviembre, los mismos días en que vivimos el gozo de poder inaugurar, en el Vaticano, la exposición sobre Gaudí y su obra de la basílica de la Sagrada Familia.
Esta asamblea plenaria del organismo de la Santa Sede dedicado especialmente a los laicos –de la que soy uno de los miembros– trató sobre «la cuestión de Dios hoy», un tema muy querido por Benedicto XVI, que lo ha convertido en el primer objetivo de su pontificado. Por ello se esperaba de manera especial lo que nos pudiera decir sobre este punto.
Y estas fueron sus palabras: «Nunca debemos cansarnos de replantear esta pregunta, de volver a empezar de nuevo desde Dios, para dar de nuevo al hombre la totalidad de sus dimensiones, su plena dignidad. En realidad, una mentalidad ampliamente difundida en nuestro tiempo, y que renuncia a toda referencia a lo trascendente, se ha manifestado incapaz de comprender y de preservar aquello que es humano».
Y haciendo una referencia muy actual, añadió: «La difusión de esta mentalidad ha generado la crisis que hoy vivimos, que es una crisis de significado y de valores, más que una crisis económica y social». Con razón, los medios informativos que siguieron nuestra asamblea ya destacaron estas últimas palabras.
La cuestión de Dios, para Benedicto XVI, es «la cuestión de las cuestiones», de manera que el hombre que se plantea la pregunta sobre Dios se abre a la esperanza, a una esperanza fiable que nos permite afrontar nuestro presente, aunque sea un presente duro. Y, dicho sea de paso, el año civil que acabamos de estrenar se anuncia ciertamente como difícil en muchos aspectos.
Quisiera remarcar el tono esperanzador que tuvieron las palabras del Papa. Dios no está en su ocaso. Dios debe ser conocido por medio del testimonio de hombres y de mujeres que han recibido el don de la fe y que tienen una relación vital con el Señor.
Un motivo de esperanza, para el Santo Padre y para la Iglesia entera, son los cristianos laicos, llamados –especialmente hoy y en nuestra Europa– a ofrecer un testimonio transparente de la importancia de la cuestión de Dios en todos los campos del pensamiento y de la actuación, tanto en la familia y el trabajo como en la política y en la economía. «El hombre de hoy tiene necesidad de ver con sus propios ojos y de tocar con sus manos –nos dijo el Papa– cómo con Dios o sin Dios, todo cambia».
Y el Santo Padre acabó pidiendo que la cuestión de Dios sea también el punto central en todas las actividades de los ambientes de la Iglesia, ya que a veces, a pesar de definirnos como cristianos, Dios no es de hecho el punto de referencia central de nuestra manera de pensar y de actuar en las decisiones fundamentales de la vida. Por eso, concluyó diciéndonos que la primera respuesta al gran reto de nuestro tiempo –que no es otro que la respuesta a la cuestión de Dios– debe ser «la profunda conversión de nuestro corazón, para que el bautismo que nos ha hecho luz del mundo y sal de la tierra, pueda transformarnos de verdad».

Ll. Martínez Sistach
Cardenal arzobispo de Barcelona