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Cazadores de meteoritos

Cada año llegan a la Tierra una veintena de rocas extraterrestres y en total se han clasificado cerca de 50.000 en todo el mundo. Encontrarlas no es una tarea sencilla, ya que ni siquiera con los instrumentos técnicos de los observatorios espaciales actuales se puede predecir su entrada en la atmósfera con antelación 

Cazadores de meteóritos
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Cazar meteoritos. A muchos les suena a ciencia ficción, pero es una profesión. Encontrar estos fragmentos significa poder conocer un poco más de la historia del Universo y más, en concreto del Sistema Solar. Cada año aterrizan en la Tierra cerca de una veintena de rocas procedentes del espacio exterior y hasta ahora todas ellas llegan a sumar unos 50.000 en total, al menos descritos y catalogados. Claro, porque puede que haya más, pero los especialistas en la materia tan sólo dan cifras sobre las muestras reales y analizadas.

José Vicente Casado, geólogo y uno de los mayores expertos en España y en el mundo sobre meteoritos, confiesa que «planificar la llegada de un meteorito a la Tierra es muy complicado. Hace dos años la NASA advirtió del aterrizaje de uno de ellos en España, aunque luego recalcularon la ruta y vieron que caería sobre Egipto, y así fue. ¡Pero todo esto fue pura chiripa!». A pesar de contar hoy con la tecnología más avanzada y con los mejores equipos de observación exterior tanto en Europa como en España, constituye todo un desafío planificar la caída de una roca espacial en un punto concreto del planeta. «Todo es muy imprevisible, podría caer uno ahora mismo y no lo sabríamos», subraya Casado.

¿Cómo encontrar uno?
Lo primero que hay que saber sobre los meteoritos es que sólo son tales si llegan a «tomar» Tierra, ya que si sólo son avistados en el cielo se denominan bólidos. Y no significa que unos se conviertan en otros, «ya que la mayoría de los bólidos se convierten en vapor al entrar en la atmósfera y nunca llegan al suelo. Se deshacen por el camino», apunta Casado.

Ser «cazador» de meteoritos precisa de un gran conocimiento de la morfología de este tipo de rocas, además de nociones de astrofísica. Casado explica que «voy a aquellos lugares donde los lugareños creen que ha caído un metorito o donde tras nuestras observaciones y estudios creemos que ha habido un impacto. Puedo presumir de poder decir que los reconozco a primera vista».

Una vez se han recogido los restos se llevan a un laboratorio para que sean analizados exhaustivamente. Casado le traspasa el testigo a Jordi Jorca, profesor del Instituto de Técnicas Energéticas de la Universidad Politécnica de Cataluña (UPC) y miembro fundador de la Red Española de Investigación sobre Bólidos y Meteoritos. Jorca realiza un estudio de los isótopos y la composición química, «así se puede datar y clasificar a la roca. Esto proporciona mucha información sobre el Sistema Solar. Los análsis siguen una serie de protocolos y hasta se duplican con el fin de validar los resultados», añade Casado.

«Land in Spain»
The Meteoritical Society, organismo internacional que integra a los expertos que caracterizan meteoritos en todo el mundo, tiene reconocidos 28 meteoritos españoles de los cuales 24 son caídas. Las dos últimas, concretamente de Villalbeto de la Peña (4 enero 2004, Palencia) y de Puerto Lápice (10 Mayo 2007, Ciudad Real), fueron recuperadas y caracterizadas por el equipo de Josep Maria Trigo, científico titular del Instituto de Ciencias del Espacio Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y del Instituto de Estudios Espaciales de Cataluña (IEEC). «Por sorprendente que parezca, los restos del caído en Puerto Lápice hace tres años eran tremendamente diminutos, mucho más pequeño que el hueso de una aceituna», comenta Casado, sobre la experiencia.

La Red Española de Investigación sobre Bólidos y Meteoritos es un proyecto de investigación que se dedica a catalogar y estudiar los riscos de bólidos que aterrizaron en la Península. Trigo, que pertenece a esta institución, explica que este proyecto consiste en la investigación interdisciplinar que busca fomentar el estudio de la materia interplanetaria en nuestro país. «Estamos instalando por todo el país cámaras de detección de meteoros y de las denominadas bolas de fuego con la finalidad de estimar el origen en el Sistema Solar de las rocas que producen tales fenómenos luminosos», explican los investigadores. El equipo es multidisciplinar y cuenta con astrofísicos, químicos, físicos, astrónomos, gesofísicos y hasta matemáticos.

Revelar secretos
Estas pequeñas rocas extraterrestres podrían contener la clave del inicio de la vida en la Tierra, tal como concluye un estudio de la Universidad de Arizona en Tempe (EE UU) y se publica esta semana en «Proceedings of the National Academy of Sciences» (PNAS). El grupo de investigadores manifiesta que ha descubierto evidencias de que un meteorito primitivo emitió nitrógeno, un elemento clave descubierto en todos los organismos, bajo condiciones que imitaban el ambiente de los inicios de la Tierra. El trabajo, dirigido por Sandra Pizzarello, determinó la composición molecular de los componentes insolubles descubiertos en un meteorito de la Antártida que contenía carbono mediante la recopilación de polvo del mismo y con el tratamiento de determinadas partes con agua a altas temperaturas y presiones para después analizar los componentes resultantes del proceso.

Descubrieron que el polvo de meteorito tratado emitía en el agua circundante amoniaco, NH4, un importante precursor para las moléculas biológicas complejas como los aminoácidos y el ADN. Los autores analizaron los átomos de nitrógeno dentro del amoniaco y determinaron que el isótopo atómico no se correspondía con los descubiertos en la Tierra en el presente, lo que sugiere que el amoniaco no procedía de una contaminación terrestre. La comunidad científica ha empleado grandes esfuerzos en descubrir el origen del amoniaco responsable de desencadenar la formación de las primeras moléculas biológicas en los inicios de la Tierra.

A través de estos hallazgos, algunos científicos creen que los mismos meteoritos portan un registro intacto de la química del inicio del sistema solar, que podrían haber «sembrado» la Tierra con los precursores moleculares de la vida.