Bruselas
Lo que heredará Rajoy
Europa no cree al Gobierno socialista ni sus previsiones ni en sus políticas. El ciclón financiero que azota al continente, y especialmente a los países que desplegaron políticas equivocadas que multiplicaron los efectos de la crisis, como España, amenaza seriamente el futuro. Las autoridades comunitarias nos auguran un horizonte muy negro como consecuencia de haber demorado las reformas y de haber limitado su alcance. Lejos de sentar las bases para la recuperación, la economía española languidece con pulso agonizante en medio de una parálisis en la gestión que no saldrá gratis. España no cumplirá los objetivos fiscales marcados por Europa, al menos en los próximos tres años. Es el pronóstico de la Comisión Europea en su análisis sobre previsiones de crecimiento para la Unión que el Gobierno cuestionó pese a, por ejemplo, el sintomático descenso en la recaudación de impuestos como el IVA en el último mes. España acabará el año con un 6,6% de déficit, seis décimas por encima del objetivo del plan de estabilidad europeo. Los malos pronósticos reflejan además que nuestra deuda pública pasará del 69% del PIB este año al 78% en 2012. El crecimiento de la economía nacional entrará en tasas negativas en el último trimestre de 2011 y sólo llegará al 0,7% del PIB en el siguiente ejercicio. Con esta actividad económica casi plana, la peor noticia para España llegará en el empleo. Los datos de la CE demoran el crecimiento en la creación de puestos de trabajo hasta 2013, un año en el que, pese a todo, el paro se mantendrá en un inasumible 20,3%. El panorama sobrepasa lo alarmante para situarse en un nivel de emergencia nacional que los empresarios elevaron ayer a la categoría de economía de guerra. No se trata aquí de extender un alarmismo gratuito, sino de describir una realidad a la que el país tendrá que hacer frente, con el agravante de que, según Bruselas, la economía europea podría recaer en «una recesión profunda y prolongada». Afrontamos un tiempo crítico que requerirá medidas exigentes para generar con rapidez confianza y credibilidad en los mercados y para que la presión sobre nuestra deuda sea mucho menor que la que situó ayer el diferencial en máximos con 424 puntos básicos. Esa es la onerosa herencia que le aguarda a Rajoy, de ahí que haya insistido en que la salida no será fácil ni rápida. No hay milagros para superar las carencias estructurales de nuestra economía y sus consecuencias sociales y poner el país en marcha. Su apuesta por la verdad es la correcta, porque años y años de mentiras nos han traído hasta aquí. La sociedad es madura y consciente de que el porvenir nos exigirá grandes sacrificios. España se encuentra en una encrucijada histórica en la que nos toca a todos arrimar el hombro detrás del nuevo Gobierno del cambio en lo económico y en lo social en consonancia con las políticas europeas. Una misión nacional en el que país debe entender que no es tiempo de peleas, sino de pensar en grandes acuerdos por el bien común, conscientes de que disponemos de argumentos suficientes para alejarnos del precipicio, tomar distancia de vecinos sospechosos y ocupar el lugar que nos corresponde.
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