Barcelona
Si es cultura dónde están los de la cultura por A SÁNCHEZ MAGRO
Es clásica la reflexión poética de José Bergamín aludiendo al no menos genial Rafael de Paula y la música callada del toreo. Arte en el límite, juego ético de fugacidades, la tauromaquia no ha necesitado ser comentada. Y para Bergamín ni siquiera ser cantada. Y en ese narcisismo autosuficiente, sobrado, pagado de sí mismo, ha vivido el toreo los últimos cincuenta años. De puro satisfecho, no se ha modernizado y ha dejado a su suerte que una corriente antitaurina combativa haya ganado espacio. El penúltimo episodio de la dejadez ha sido la triste votación en el Parlamento de Cataluña. Se ha echado en falta un auténtico movimiento del toro y sus gentes, un manifiesto que se pudiera asemejar en su caso al de la Generación del 27 en Sevilla y una proclama taurina de verdad. El torero como héroe es ciertamente individualista y con un protocolo moral raro. No cabría esperar una reacción corporativa, aunque hubiera sido deseable una corrida de doce toreros en Barcelona, haber reabierto la plaza de toros de Tarragona o haber engalanado con senyeras la Feria de Abril o la de San Isidro. Del empresariado, ganaderos, apoderados y demás farándula empresarial hubiera sido también deseable una movilización en toda regla. Ya conocemos la cita de Bertol Brecht que decía que primero fueron a por los judíos, y no nos preocupamos, luego a por los comunistas, y no nos preocupamos, y luego terminaron llamando a la puerta de nuestra casa...Deberían poner las barbas en remojo las gentes del toreo porque la batalla de Barcelona no sea una trinchera más en la guerra contra la Tauromaquia. Las reacciones de primera hora de ganaderos y empresarios, a toro pasado, no tienen crédito ni capacidad auténtica de mover el triste status quo aprobado en el Parlamento catalán. Y, por supuesto, abandonar la tópica y tristona argumentación de que basta con citar a Picasso o Lorca para dar fe del arraigo cultural de lo taurino, el hecho taurómaco debe defenderse por si mismo porque es una cultura propia autóctona y como arte total se diferencia de cualquier otra expresión artística. Parafraseando a Thomas de Quincey, el toreo como una de las bellas artes. El sindicato de la ceja, los intelectuales de carné, que son presuntos herederos de mayo del 68, han pegado otro sainete. El lema por el cual se levantaban los adoquines en el barrio latino de París que hablaba de «prohibido prohibir», no ha merecido ni un minuto de las apretadas agendas de los Almodóvar, Bardem y compañeros mártires. El cineasta manchego se ha nutrido de lo taurino para parte de su filmografía y hubiera sido magnífico un entusiasmo parecido en apoyo a la Fiesta, semejante a la campaña electoral de apoyo a Zapatero o el que emplearon para reivindicar los derechos de los activistas saharauis. Salvo los intelectuales de guardia taurina, caso de Boadella, Brines o Agustín Díaz Yanes, las gentes de la cultura han mirado de perejil ante el disparate prohibicionista y la censura cultural. Deberían igualmente tentarse la ropa por si algún día las autoridades políticas de turno, catalanas o de España, deciden qué es lo literariamente correcto, las pinturas que se ajustan a la legalidad o la música del buen ciudadano. Se empieza limitando la libertad creativa y se acaba, como en «Fahrenheit 451», encarcelando a quienes leen un libro. Las falsas brumas de lo político que han despistado el debate sobre los toros en Cataluña, en clave claramente identitaria, nos dejan huérfanos de toros y cultura. Los coletas, taurinos, escritores, artistas plásticos y gentes de la libertad y de la buena vida, deberían dedicar un verso ya suelto sobre la pérdida de parte de nuestro alma.
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