Literatura
Versos comestibles
Nada le es ajeno a un poeta cuando todo es susceptible de convertirse en recurso crepuscular, en punto cardinal de la travesía del caminante capaz de posar la vista y teñirlo todo de palabra.
Desde la delincuencia –y cómo deflagra para convertirse en llama– hasta la esencia pura de la soledad que carece de contrarios, todo material de vida es apto para un autor como Adolfo García Ortega en su ir y venir de la metáfora a sus asuntos... Que bien pudieran ser los asuntos de la «conciencia colectiva» que proponía Blas de Otero: las segundas oportunidades en el amor, la guerra, los asesinos inofensivos –«no supo de qué arma venía la palabra»– la inmigración e incluso la contienda de la quimioterapia –«el cuerpo puede ser un episodio muy corto»–...
Ha logrado el autor, en este octavo poemario, respirar un verso por segundo, o acaso engullirlo, porque tras rebasar sus escasas ochenta páginas resulta próximo a lo «gástrico». Sabe también coquetear con la limpieza clásica, los toques cínicos, y atravesar el libro de referencias culturales –Kafka, Grass, Caravaggio–.
Voz limpia
Recorriendo «Nuestra alegría», aprendemos cosas inquietantes, como que «Tel Aviv abre la manzana / de los sueños que al menos una vez se cumplen/como últimas palabras»... A través de una voz poética que es cada vez más limpia, asistimos a un nutrido elenco de lugares, seres y circunstancias oníricas, que, como arcanos, son destinos obligatorios pintados de azul Nettier. Temblor lírico inquietante, desconcertante e impecable. Escritura, pues, con la condición de verdadera... o, tal vez, escritura de verdadera condición.
«Nuestra alegría»
Adolfo García Ortega
Abada
88 páginas.
9 euros.
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