Literatura

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El club de los poetas muertos

Cada año, las editoriales y librerías especializadas en poesía dejan entrever tanto derrotismo como esperanza. Como en todos los géneros, también hay «best-sellers» y tendencias. Y es que el verso de los autores que ya no están sigue vendiendo, con crisis o sin ella.

Visor, Hiperión, Calambur y algunas más hacen de la pasión por la poesía una apuesta comercial cada vez más complicada
Visor, Hiperión, Calambur y algunas más hacen de la pasión por la poesía una apuesta comercial cada vez más complicadalarazon

Cada género habla y también se calla en la Feria según le va en ella. «La poesía no se vende porque la poesía no se vende», dejó dicho, en digna traducción tautológica de «la inmensa minoría» de Juan Ramón, el argentino Raúl Gustavo Aguirre. En tiempos de crisis se vuelve, incluso, un inalcanzable ideal la respuesta que ofreció Vicente Aleixandre cuando, con motivo de la concesión del Premio Nobel, le preguntaron si la poesía le daba para comer: «No; apenas me alcanza para merendar». «Se sobrevive algo mejor de la poesía ajena que de la propia», ironiza un librero-editor especializado; «y eso, siempre y cuando obtengamos algún tipo de subvención, cada vez más menguada». Pues lo cierto es que, sin excepción, ningún poeta, ni los más afamados, puede vivir estrictamente de su creación; «otra cosa muy distinta es que algunos lo consigan por actividades derivadas de su renombre», agrega. Aunque un portavoz de una importante editorial lo niega categóricamente, la mayoría de los editores de poesía reconoce que el género se vende más en esta quincena intensiva de la Feria que en el resto del año. «Somos la hermana pobre pero carismática de la literatura», definen. «Porque, de todos modos, ¿de qué cantidades estamos hablando?, ¿200, 300 ejemplares? Un poeta que alcance esa cifra ya puede darse con un canto en los dientes...?».

¿Quiénes superan con creces esa cifra de salida?, estaba preguntando, cuando, a causa de la lluvia, riadas de público feriante se empotran bajo los aleros de las casetas, para guarecerse. Vaya: esto sí que es funcionalidad y magnetismo súbito de los libros de poesía. Como que anima a entonar que ojalá que llueva café en la Feria, a tenor de la ironía que suele emplear Juan Gelman, remedando a Heine: que «ojalá se valoraran, al menos, las hojas de los libros de poesía para hacer cucuruchos de envolver café». Una ocurrencia que suele acompañar de otras de sus perlas, cada vez que le preguntan si cree en la poesía comprometida: «Creo más en la poesía casada o rejuntada». Con el tropel, caigo de bruces sobre una antología de poemas de Poe, y leo al albur: «Los cielos cenicientos y sombríos...». Esto sí que es premonición y «flashback» a un mismo tiempo. Junto a ella destaca, como estricta novedad, la «Poesía completa» (Cátedra), de Aldous Huxley, otro señero caso de poemas avalados por la previa consagración de un narrador clásico... «A diferencia de la novela, la poesía no puede ser llevada al cine; ni a ninguna parte que no sea ella misma», dice un editor. Por lo que se ve, sí puede ocurrir a la inversa: que el cine sea llevado a la poesía, pues Gil de Biedma, flamante «cónsul de Sodoma», reluce aquí y allá, en verso y en biografía. «Al igual que sucede con él, hay autores como Benedetti o Ángel González, de muertes relativamente recientes, que son ‘‘long-sellers''», apunta. Juan Carlos Mestre y Luis García Montero, en Calambur y Visor respectivamente, son de los pocos poetas españoles de mediana edad que han alcanzado varias reediciones con sus libros recientes. Entre las tendencias de los más jóvenes se habla de un predominio del «realismo culto», con híbridos ascendentes, capaces de acoplar, por ejemplo, a un Cernuda con un Leopoldo María Panero. Cada cual hijo de su padre y de su musa, parecen superadas aquellas disyuntivas monoteístas por las que, en los años 80 se era irreconciliablemente, por ejemplo, de Valente o de Gil de Biedma.


La fuerza de Cernuda
Cuando, por fin, escampa, en un recorrido atento a los poetas mejor situados y/o reiterados entre los húmedos mástiles de las casetas –rápido, pues ya se perfila, entre los claros clarines del cielo, la inminencia de otro aguacero de tomo y lomo– es fácil comprobar el predominio de los clásicos. La palma se la llevan Kavafis, reeditado una y otra vez, y los «Sonetos» de Shakespeare, recién horneados por Visor. Y un fenómeno curioso es el apogeo de Cernuda (con múltiples ediciones, entre ellas de Pre-textos y Renacimiento). Según explican, Rilke, Baudelaire y Rimbaud son poetas adquiridos por lectores cada vez más jóvenes, y frecuentes en reventas son Bécquer (siempre tan gentil, al cabo, con el lector: «poesía eres tú») y los «20 poemas de amor...» de Neruda. Pero un aspecto novedoso de las últimas ediciones es la aparición de un sostenido reservado de mujeres poetas difuntas –muy seguido, por cierto, por lectores varones, apuntan–. Así ocurre, por ejemplo, con Alejandra Pizarnik (una joya reluciente en Lumen), Sylvia Plath, Emily Dickinson, Alfonsina Storni, Blanca Varela, Marina Tsvietáieva... y que se completa con recientes ediciones de poetas muy mayores, como Ida Vilariño (Lumen) o, sobre todo, la polaca Wislawa Szymborzka, cuyo poemario «El gran número. Fin y principio» (Hiperión) alcanza ya la quinta edición.


Crear «clásicos en vida»
Se trata, al cabo, de una premio Nobel; y es que ésa es otra: junto con la preeminencia de clásicos, sobre todo del siglo XX, y de autores recién fallecidos, también destacan poetas señalados con ese sarcófago en vida que son los galardones consagrados a la veteranía, como los premios Cervantes Juan Gelman, José Emilio Pacheco o Antonio Gamoneda. Están presentes en la prestigiosa colección plateada de Galaxia-Gutemberg, que –al igual, entre otras, que Nuevos textos sagrados, de Tusquets– ofrece el elocuente indicio de aspirar a crear «clásicos en vida». Algunos de los que tuvieron ocasión de hojear en esa colección sus propias páginas, como Francisco Pino, Carlos Edmundo de Ory, José-Miguel Ullán o Gonzalo Rojas, refulgen en ese nicho (y en otras editoriales, como hace De Ory en Calambur, donde también destacan varios poemarios del póstumo premio Nacional de Poesía José María Millares Sall), tras sus desapariciones recientes. El último en hacerlo, el chileno Rojas, hace apenas un mes, enarbolaba: «El romano Horacio murió a sus 49 años, casi la mitad de mi edad, anunciando que «no me moriré del todo; cualquier poeta serio albergará siempre esa idéntica esperanza, pues, en poesía, lo sustancial viene después del ruido: es su posteridad». Vi su gorra de marinero fluvial coronando, por fin, el arco iris...Y, tras él, a Ullán, recordando con severidad: «El principal enemigo de la palabra son las palabras». Y al gran De Ory, definiendo sin pestañear: «Escribir poesía es poner un huevo negro en el nido del no-decir».


Tres tendencias
Los «long-sellers» Benedetti, Gil de Biedma, o Ángel González entran en una categoría de poetas muertos recientemente con mucho tirón de ventas
Los grandes clásicos como la obra de Kavafis,Neruda o los sonetos de Shakespeare, nunca dejan de reeditarse ni de revisarse porque nunca pierden vigencia
Mujeres de Nobel como Wislawa Szymborska han despertado mucho interés, al igual que Sylvia Plath, Pizarnik, Storni o Ida Vilariño


El detalle
LA EXCEPCIÓN ES LA REGLA

Y aquí (Octavio) Paz y después Gloria (Fuertes), podría ser el lema de estos tiempos centrífugos, en los que la regla es la excepción. La disparidad y mezcolanza de orientaciones estéticas, junto a una clara atomización posgeneracional, parece haber dado al traste con las encarnizadas polarizaciones de décadas atrás. Poetas en su cincuentena, que antaño figuraban en adscripciones cerradas –«de la experiencia» versus «la diferencia»–, junto a otras etiquetas conviven ahora, por ejemplo, en la antología «Las moradas del verbo. Poetas españoles de la democracia», de Ángel L. Prieto de Paula.