Eurocopa

Roma

Más de 200000 personas se citan en el Circo Máximo de Roma

Más de 200000 personas se citan en el Circo Máximo de Roma
Más de 200000 personas se citan en el Circo Máximo de Romalarazon

ROMA- Italia perdió ayer una oportunidad para darse una alegría. La derrota en la final de la Eurocopa ante España muerde el amor propio de una nación muy golpeada ya por la pesadilla de la prima de riesgo y las malas noticias económicas y políticas que se suceden en los últimos años.
Los italianos confiaban ciegamente en que el continuo crecimiento en el juego que había mostrado la «Azzurra» de Cesare Prandelli durante el torneo explotase en la final y arrollase a los hombres de Vicente del Bosque, pero acabó sucediéndoles lo contrario. Soñaban con darse una catarsis colectiva con una excusa inmejorable para un país donde el fútbol es historia, arte, pasión y locura. Por eso habían empapelado hasta el rincón más remoto del territorio con los colores verde, blanco y rojo de su bandera, uniendo en un exaltado sentimiento común a un pueblo casi tan dado a los separatismos y a las camarillas como el español.

De Milán a Nápoles, pasando por la capital, Roma, o por los campamentos de desplazados por el terremoto en la región de Emilia Romaña, la gente se había congregado en las calles y plazas para seguir a la selección entrenada por Prandelli. La expresión de Paolo, un muchacho romano de quince años, ojos oscuros, y con la cara pintada con los colores de la bandera transalpina, simbolizaba la derrota. Anoche se consolaba abrazado a su amigo Luca en la gigantesca explanada del Circo Máximo, donde se congregaron alrededor de 200.000 personas para seguir el partido en varias pantallas gigantes instaladas para la ocasión. Otros cientos de miles de italianos hicieron lo mismo en las pantallas instaladas en las plazas de miles de pueblos y ciudades por todo el país.
«Ha sido terrible, nos han pasado por encima. El equipo se ha quedado sin energía en el segundo tiempo», decía el adolescente. «Nos ha ganado el mejor equipo del mundo, tenemos que estar satisfechos de que al menos hayamos llegado hasta aquí», le consolaba Luca.