México

Juan de Palafox

La Razón
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El pasado domingo, fiesta de la Ascensión, en Burgo de Osma, tuvo lugar, la solemne ceremonia de beatificación de Juan de Palafox y Mendoza, Arzobispo de Puebla de los Ángeles y Virrey en México, y, finalmente, Obispo de Burgo de Osma, en el siglo XVII. El Cardenal Angelo Amato en la homilía de esta celebración, evocó el importante número de beatificaciones de españoles que se han llevado a cabo en tan solo un año. Esto da qué pensar; nos hace caer en la cuenta que España sigue siendo todavía «tierra de santos»; su historia, desde los primeros tiempos del cristianismo en nuestro suelo, ya desde el mártir san Frutos, ha estado marcada por un camino de santidad. Esta senda de santidad ha sido recorrida por innumerables cristianos, a lo largo de la historia en España, muchos de los cuales son venerados como santos o beatos por la Iglesia, o están en fase de reconocimiento de su ejemplaridad de vida, en la fidelidad a la vocación a ser santos que corresponde a todo bautizado. Entre ellos, podemos contar hombres de toda condición y edad: laicos, obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas, misioneros, reyes, educadores, sabios, hombres creadores de cultura, casados y célibes... Muchos han sellado el testimonio de la santidad de Dios en su vida con el martirio, otros con una existencia de viva caridad desgranada al servicio de los pobres, de los enfermos o de los abandonados, otros al servicio de la educación cristiana de niños o jóvenes o de la promoción de la mujer, otros con una vida sencilla escondida con Cristo en Dios dentro del claustro con la contemplación y la penitencia, otros han dejado la estela de una total consagración a Dios por la virginidad, cuántos fundadores de órdenes religiosas o de obras y movimientos apostólicos en la Iglesia, cuántos son los sacerdotes, obispos, predicadores del Evangelio que han dedicado todo a la misión y a los duros trabajos del Evangelio... todos ellos, cotas de alta humanidad y encarnación del Evangelio.

¿Cómo no sentirnos dichosos y llenos de esperanza agradecida a Dios que ha hecho tan grandes obras en tantos españoles que han sido proclamados beatos o santos? Pero no son sólo ellos, también contamos con esa multitud ingente de hombres y mujeres, sabios o sencillos, que no pasan a ser venerados como tales santos, pero que han sido, y están siendo hoy, signos de esa común vocación a ser santos, que no se han contentado con una vida mediocre, sino que han seguido esa senda de las bienaventuranzas, que es la que recorrió el mismo Cristo, Camino, Verdad y Vida? Todos ellos son una invitación a seguir este camino que es el de la felicidad y la dicha, el de la verdad y el amor, el de cima de humanidad, el de la vida plena y eterna y de la luz que todo lo ilumina y que no se extingue jamás, el que abre a la esperanza. En ellos y por ellos, desde testigos como el Beato Juan de Palafox, llega hasta nosotros la voz de Dios que nos está llamando hoy a la santidad. Todo debería conducir a alcanzar la vocación a la que somos llamados: la vocación a ser santos. Todo el empeño de la Iglesia debería consistir, en estos momentos, en avivar esa vocación y en promover una pastoral de santidad. Como dijo el Beato Juan Pablo II, al comenzar el Nuevo MIlenio: «Hacer hincapié en la santidad es más que nunca una urgencia pastoral». La santidad, el compromiso por la santidad, don y tarea confiada por Dios a cada uno, habría de dirigir toda la vida cristiana: «Esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación». Todos, pues, sin excepción, podemos y debemos ser santos, por la gracia de Dios; todos, también los jóvenes. Se puede ser joven y ser santo, como se puede ser muy de hoy y ser santo. Como dijo, dirigiéndose a los jóvenes el Beato Juan Pablo II en la canonización de otro santo español del siglo XIX, San Enrique de Ossó: «No tengáis miedo a ser santos». Hoy más que nunca es necesario hacer hincapié en esta urgencia, que es fundamento de toda labor pastoral, más aún, toda vida cristiana y eclesial. Sin esto todo se desmorona, nada tiene consistencia. El Concilio Vaticano II recordó y proclamó la vocación de todos los fieles cristianos, en la Iglesia, a la santidad. Aspecto fundamental, aunque a veces demasiado olvidado: «Esta es la voluntad de Dios : vuestra santificación», nos recuerda san Pablo. El capítulo V de la Constitución Lumen Gentium, centro de la enseñanza y de la renovación conciliar, recuerda la vocación universal a la santidad en la Iglesia: Porque la Iglesia es un misterio o sacramento en Cristo, debe ser considerada como signo e instrumento de santidad. En los momentos cruciales de la Iglesia han sido siempre los santos quienes han aportado luz, vida y caminos de renovación. También hoy que vivimos un tiempo crucial, necesitamos santos pedir a Dios con asiduidad santos, y ofrecer modelos de santidad. La vida entera de la comunidad eclesial, la de las familias cristianas, la de todos los cristianos, de cualquier clase o condición, debe ir en esta dirección: la que lleva a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor.