Cataluña
Fin de ciclo
Las elecciones catalanas presentan, como bien decía ayer el editorial de LA RAZÓN, los rasgos propios de un cambio de ciclo. Son, efectivamente, un nuevo ejemplo de agotamiento de esa forma de gobernar España que ha caracterizado estos años de socialismo, con Rodríguez Zapatero a la cabeza. En el proyecto político de Rodríguez Zapatero estaba la creación de una nueva coalición social cuya forma política era la alianza del PSOE con la extrema izquierda nacionalista.
Al llegar al poder en 2004, puso en marcha la nueva estrategia, la misma que le había llevado a negociar con los etarras en tiempos de Aznar, cuando promovía y negociaba con el Gobierno del PP el Acuerdo por las Libertades y contra el Terrorismo del año 2000. Esa misma estrategia llevó al Partido Socialista catalán a firmar el infame Pacto del Tinell. Luego vino el experimento gallego en el que los socialistas aplicaban un modelo parecido, esta vez con la extrema izquierda nacionalista gallega. Como en Galicia no existe una tradición de nacionalismo conservador y éste está naturalmente integrado en el conservadurismo español, la acción de aquel Gobierno, aunque de menor alcance que en Cataluña, resultó aún más lacerante. Quedó claro que el Partido Socialista estaba promoviendo la batasunización de la sociedad gallega, tolerando elementos de intransigencia hasta ahí ausentes de la vida en Galicia. Los gallegos dieron un ejemplo de madurez sacando a los antisistema del poder en la primera oportunidad que tuvieron, que fue en 2008.
Eso no impidió que el proyecto haya seguido vigente a escala nacional, como lo han demostrado las relaciones con los etarras, nunca cortadas del todo, y que no afectan sólo al País Vasco… Llega la hora de Cataluña y, si los sondeos se cumplen, también aquí, como en Galicia, el experimento habrá llegado a su fin. Lo que ha traído a España, y más especialmente a Cataluña, ha sido un atraso económico como los catalanes no vivían desde hace decenas de años. Políticamente, ha traído crispación, envuelta en maniobras de deslealtad a las que no ha sido ajeno el propio Rodríguez Zapatero. Culturalmente, la fijación en el motivo identitario está teniendo consecuencias nefastas de todo tipo y está enajenando a los socialistas su propia base social.
Así que parece haber llegado la hora de poner fin a estos años extraños, irregulares, de la vida catalana. Hay algunas preguntas pendientes. Esta etapa tan distorsionada, tan aparentemente excepcional, ¿no habrá sido también consecuencia de la obsesión identitaria en la que ha vivido la clase dirigente de Cataluña desde muchos años atrás? ¿No habrá sido la acción de gobierno del tripartito una deriva previsible de una cierta manera de comprender el nacionalismo? Muchos de los que en estos años se han horrorizado de lo que estaba pasando, ¿no lo podían haber anticipado y haber evitado mucho antes? Convendría hacerse estas preguntas y, sin necesidad de renegar de nada, y mucho menos del amor a Cataluña, intentar contestar honradamente, con sinceridad y algo –algo al menos– de generosidad.
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