Grecia
Mariano y los dragones por Iñaki Ezkerra
La situación económica de España tiene todos los tintes de la clásica pesadilla en la que uno corre y corre por una cuestión de vida o muerte, pero no llega nunca a la meta. Después de esta campaña electoral más larga que una cuaresma (llevamos ya cinco meses sumidos en ella como en la habitación de «El ángel exterminador» de Buñuel), viene la cuaresma –en el sentido literal y propiamente dicho– del plazo hasta la formación del nuevo Gobierno, que no tendrá lugar antes de cuarenta días y cuarenta noches. Y, mientras soportamos la pachorra de esta litúrgica espera que han estirado al máximo los socialistas, nos van llegando noticias de nuestra proximidad al precipicio de la quiebra.
En realidad el que corre y corre por la pista electoral y por las galerías de esa pesadilla de números es Mariano Rajoy, al que le hemos endilgado la responsabilidad de salvarnos. En las tertulias se repite como una cantinela que «no podemos esperar hasta enero», que «ya será demasiado tarde», que «hay que hacer algo antes»… En este contexto dantesco es una buena noticia que, para ganar tiempo, Rajoy vaya a reunirse en diciembre, antes de su investidura, con Merkel y Sarkozy aprovechando la cumbre de los Pepés europeos. Es buena esa noticia y también la de que, mientras anda pidiendo el voto estos días por las tierras de España, se esté ocupando de arreglar el traspaso tranquilo de poderes con el presidente saliente. Como es otra buena noticia que quiera reunirse cuanto antes con los líderes de todos los partidos para consensuar medidas de urgencia. Buenas noticias que dejan cada vez más pequeño a un Rubalcaba sin resuello que no para de cometer errores y que resulta que no era tan cerebral como creíamos.
Aquí quien está sabiendo esquivar todas las trampas y mover la espada en todas las direcciones es ese Mariano que corre y corre para ganar la mayoría absoluta y para rescatar a la doncella de la Patria, o, mejor dicho, para impedir que Europa la rescate. Corre y corre mientras la tierra tiembla a sus pies; mientras caen Grecia e Italia y le acosan todos los dragones mitológicos de los mercados y de las deudas nacionales y de las bolsas y de las primas de riesgo. ¡Quién le iba a decir al apacible registrador de la propiedad de Pontevedra que le aguardaba un destino tan épico!
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