Crítica de libros
Gente sudada (I) por José Luis Alvite
Aunque parezca irracional hacerlo, hay muchos motivos por los que un hombre puede considerar razonable matar a otro, y a veces puede encontrar en su cabeza más razones para matar que para no hacerlo y probablemente hasta dormiría mal si recapacitase sobre las circunstancias de su víctima y le perdonase la vida. Muchas mentes criminales obedecen en su funcionamiento a un orden moral peculiar que a veces constituye una creación propia, casi se diría que incluso su degeneración puede ser una conquista inteligente. Hay hombres que matan por el simple placer de sentir remordimientos. «Cometo delitos porque contraer una deuda con la sociedad es la única manera que conozco de que se me preste atención» me dijo un veterano delincuente. «Todos reflexionamos sobre las consecuencias de nuestras decisiones y de nuestros actos –añadió– pero cada vez que pienso en mi vida anodina de ciudadano gris e insignificante, me doy cuenta de que lo mejor será que recapacite después de haberme equivocado». Todos tenemos unas circunstancias personales y un baremo moral que nos apartan de la posibilidad de delinquir. Desde un punto de vista teórico, cualquier alteración sensible de esas circunstancias puede modificar nuestra conducta y reducir a cero la distancia que nos separa de la siempre latente tentación de cometer un crimen. En una mente alterada por la adversidad, a veces un simple cambio de temperatura supone un vuelco en sus convicciones morales previamente estresadas por alguna injusticia reiterada. De hecho, muchos hombres cometen sus crímenes después de haber sudado copiosamente. Aunque pueda parecer una exageración periodística, yo creo que en la conducta de muchos criminales el psicólogo resulta a corto plazo menos eficaz que el ventilador. ¿No alivia acaso su furia la señora de la copla desplegando sobre su rostro sudado el aire plisado de un abanico?
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