CRÍTICA DE CINE / «La vida de los peces»: Amor a boqueadas

Esta cinta parece cerrar esa trilogía inconfesa que Bize ha dedicado al mundo de la pareja: la felicidad del encuentro («En la cama»), la crisis descarnada («Lo bueno de llorar») y, ahora, la resaca del desamor. Son el planteamiento, nudo y desenlace de una misma historia, el amor entendido como canónico guión en tres actos. En las tres apuesta por el tiempo real, en las dos últimas por cierto elogio del vagabundeo. Porque eso es Andrés, un chileno errante que vuelve al país de Nunca Jamás de su pasado durante la fiesta de cumpleaños que celebra un amigo. En cada estancia de la casa, visita un fragmento de lo que fue su vida, haciendoénfasis en la relación que tuvo con Beatriz. El modo en que Bize reconstruye los traumas de este enfermo de melancolía es astuto, porque da información suficiente para que empaticemos con él pero, cuando logra salir de la fiesta, sigue siendo un misterio, un folio en blanco. A Bize se le da bien la intimidad: las escenas a dúo se celebran en primer plano, huyendo del contexto en el que están inscritas, como creando con la cámara pequeños mundos que están en éste. Sobran me- táforas obvias pero logra palparse la tristeza de esos regresos que confunden los buenos propósitos con la desmemoria. El filme demuestra que la gente no cambia, y menos cuando cree estar enamorada.