Los Ángeles
El villano por Pedro Narváez
Cuando soy buena, soy muy buena, pero cuando soy mala, soy mejor. La célebre máxima de Mae West casa con Javier Bardem, especializado en papeles ruines y gloriosos en los que se afea o se amaricona de platino, como en último 007, que lo precipita a la alfombra roja del Oscar del brazo de Pe, la mujer anuncio a la que todavía aguardan parados a que les dé trabajo, además de la brasa. Bardem no está hecho para la comedia, remata sus intervenciones con la seriedad del letraherido que se alimenta de panfletos vintage. Tiene todo el derecho a estar contra el PP, faltaría más, incluso probarse el estilismo de manifestante, pero decir que al Gobierno le interesa que haya más parados es de una villanía tal que supera todas las que podria encarnar en la ficción. El malo de la película haciendo de justiciero. No es país para viejos eslóganes. Su compañero Daniel Craig lleva a Isabel II hasta los Juegos Olímpicos y él cada vez que pisa España escupe caviar podrido porque los pobres y los muertos de Los Ángeles no lo merecen. En los bares y en los autobuses de antes se rotulaba prohibido escupir. Pues eso. Un mínimo de urbanidad. Empieza el público a estar cansado de este personaje que viste de Armani y se desnuda antisistema mostrando la verguenza ajena y haciendo el ridículo guay. Si quiere ser rico y ayudar a los pobres, podría aprender de Amancio Ortega. El buen actor haciendo de mala persona. El icono pijiprogre relamiéndose la herida ajena. No se lo tendré en cuenta cuando vea la entrega número 50 de Bond. Espero que él tampoco a mí por hacer mi trabajo. Cuando pasen otros cincuenta el espía seguirá vivo y nadie reconocerá nuestro nombre por la calle. Sólo falta que Lasalle le conceda el Nacional de Cine para decorar la vitrina roja que tanto gusta al Ministerio de Cultura y de nuevo nos escupa caviar podrido.
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