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Estreno

«The fighter»: Boxeo desequilibrado

Director: David O. Russell. Intérpretes: Mark Wahlberg, Christian Bale, Amy Adams. Guión: Scott Silver, Paul Tamasi y Eric Johnson. Duración: 115 minutos. USA, 2010. Drama.

 
 larazon

El cine pugilístico tiene a bien mostrarnos las entrañas de la clase proletaria y concebir el ring como un lugar donde se libra la batalla de la autosuperación en términos casi socioeconómicos. Respetuosa con esa faceta social, que podría arrancar en «El campeón», pasar por «Cuerpo y al- ma» y terminar en «Rocky», «The Fighter» parte de una historia real para que saboreemos el sueño americano, que premia a la hormiga (Wahlberg) y castiga a la cigarra (Bale). Ambos representan la flor y nata de la «white trash» de Lowell, Massachussets: el hermano menor que adora al mayor, un boxeador retirado y adicto al crack; el hermano menor que tiene que sobrevivir a la sombra de un mito malogrado. Es una pena que «The Fighter» no sepa gestionar sus energías, porque su problema es que dedica demasiado tiempo al personaje equivocado. Claro, para Bale el ex boxeador yonqui es una guinda, y posiblemente gane un Oscar por su trabajo, pero su interpretación es tan exterior, tan grandilocuente –a Melissa Leo le ocurre lo mismo como madre del clan–, tan egocéntrica, que cuando queremos darnos cuenta nos hemos olvidado de que el protagonista es otro, y merecía mejor suerte (por cierto, Wahlberg está extraordinario). Este desequilibrio se impone sobre la misma moraleja de la película, que termina con un éxito epifánico que, en la opinión de este crítico, camufla lo que en verdad importa, y es que esta familia oprime y estrangula, y el resultado de ese proceso es un héroe que no es tal, sólo un folio en blanco que los otros escriben por él. A Russell no le interesan, sin embargo, ni los matices ni las ambigüedades: por no interesarle, no le interesa ni rodar las escenas de boxeo desde el ring. La sangre se filma desde fuera para que nadie se manche las manos, como en una aséptica retransmisión televisiva. Y esa distancia eficaz y funcional con que Russell, que no dirigía desde hace seis años, se enfrenta al proyecto, es la que permanece cuando, en los créditos finales, los dos hermanos, ahora de carne y hueso, felicitan a la gente de Hollywood por haberlos rescatado del olvido.
 


El detalle: todos los hombres eran buenos, menos uno
Jake la Motta peleaba en el ring como los hombres que se enfrentan a sus fantasmas. Luchó en esa época dorada en que los combates se amañaban y el cuadrilátero tenía 12 cuerdas en vez de 16. Practicaba un boxeo primitivo, rudo, el del encajador que lo resiste todo. Forjó su leyenda en una serie de enfrentamientos con Sugar Ray y un filme que le mitificaba por lo humano: «Toro salvaje» (a la dcha., De Niro en la película). Scorsese rodó la mejor película de boxeo hasta hoy. La diferencia entre éste y otros títulos reside en el personaje. «Rocky», de Stallone; «Hurricane», de Denzel Washington; «Ali», de Will Smith; «Cinderella Man», de Russell Crowe, o los púgiles de «Más dura será la caída», «The Boxer»y de este de «The Fighter» son retratos de muchachos loables. Héroes que se sobreponen a la injusticia y la contrariedad. Todos ellos acuñan virtudes que van más allá de la contundencia de sus puños. Dudo mucho de que se pueda decir eso mismo de La Motta. El «Toro del Bronx» no era un individuo ejemplar, sino detestable. Una persona que pegaba a su mujer, que tenía conflictos con su sexualidad y que resolvía los problemas fuera de la lona como si estuviera sobre ella. Un elección básica que hace que esta película sea una de las mejores de todos los tiempos. Lo demás es teledrama. J. Ors