Jerusalén
Claudio castigó la resurrección
En el Cabinet des Médailles de París ha estado desde 1879 una pieza inscrita de mármol que formaba parte de la colección Froehner y que fue hallada el año anterior en Nazaret. La inscripción está en griego –aunque cabe la posibilidad de que se escribiera en latín originalmente– y lleva el encabezamiento de «Diátagma Kaísaros» (decreto de César).
Su texto dice: «Es mi deseo que los sepulcros y las tumbas que han sido erigidos como memorial solemne de antepasados o hijos o parientes permanezcan perpetuamente sin ser molestadas.
Quede de manifiesto que, en relación con cualquiera que las haya destruido o que haya sacado de alguna forma los cuerpos que allí estaban enterrados o los haya llevado con ánimo de engañar a otro lugar, cometiendo así un crimen contra los enterrados allí, o haya quitado las losas u otras piedras, ordeno que, contra la tal persona, sea ejecutada la misma pena en relación con los solemnes memoriales de los hombres que la establecida por respeto a los dioses.
Pues mucho más respeto se ha de dar a los que están enterrados. Que nadie los moleste en forma alguna. De otra manera es mi voluntad que se condene a muerte a la tal persona por el crimen de expoliar tumbas».
Despiadada persecución
El análisis paleográfico de la escritura de la inscripción revela que pertenece a la primera mitad del s. I d. de C. Ahora bien, Nazaret está situado en Galilea y esta región sólo fue incorporada a la provincia de Judea –y, consecuentemente, al dominio imperial– en el 44 a. de C.
Por lo tanto, el emperador debe ser forzosamente Claudio. ¿Qué pudo provocar que Claudio se ocupara específicamente de ese lugar y más para castigar el robo de tumbas con ánimo de engañar? La explicación más verosímil para semejante norma es que Claudio conocía sobradamente la expansión del cristianismo y que además la base de su empuje descansaba en buena medida en la afirmación de que su fundador, un ajusticiado judío, ahora estaba vivo.
Su expansión no era contemplada con agrado por Roma –el sucesor de Claudio acabaría desencadenando una despiadada persecución – y por ello había que evitar que se produjeran episodios parecidos. Por supuesto, la explicación racionalista más sencilla de la resurrección de Jesús consistía en afirmar que el cuerpo había sido robado por los discípulos para engañar a la gente con el relato de la resurrección de su maestro.
Considerando pues el emperador que la plaga espiritual que suponía el cristianismo provenía de un robo de tumba, determinó la imposición de una pena durísima encaminada a evitar la repetición de tal crimen en la tierra de Israel. La orden adoptó la forma de un rescripto dirigido al procurador de Judea o al legado en Siria y, presumiblemente, se habrían distribuido copias en los lugares de Israel asociados de una manera especial con el movimiento cristiano, lo que implicaría Nazaret y, posiblemente, Jerusalén y Belén.
Claudio intentaba atajar nuevas resurrecciones. Vano intento. Los efectos de la que ya había tenido lugar resultaban imparables.
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