Castilla-La Mancha

Bono-Long

La Razón
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Me encontré en persona con Bono por primera vez hará cosa de una década. Hasta entonces – lo confieso abochornado– había comprado la mercancía que suele vender sobre sí mismo con una ingenuidad nada disculpable, pero que –debo reconocerlo– forma parte esencial de mi ser. Creía, por ejemplo, que Bono era honrado, patriota y cristiano. Por aquel entonces formaba yo parte de los contertulios de La tarde de COPE, todavía no dirigida por Cristina López-Schlichting, y habíamos ido a Toledo a realizar el programa. La directora del programa entrevistó a Bono de manera correcta y mientras el entonces presidente de Castilla-La Mancha desgranaba sus respuestas a mí me vino a la mente una anécdota de Huey P. Long el que fue durante años imbatible gobernador de Louisiana e incluso rival de Franklyn Delano Roosevelt. Permítaseme referirla ahora. Se cuenta que, en cierta ocasión, en plena campaña, Long llegó a un distrito de Louisiana para intervenir en un acto electoral. Sus compañeros de partido –por supuesto, el demócrata– se apresuraron a advertirle que debía tener cuidado con sus palabras porque en aquella zona la mayoría de la población era católica y no estaría bien que criticara la iglesia a la que pertenecía, por ejemplo, lanzando algún chiste o metiéndose con los sacerdotes. Así quedó la cosa y cuando esa tarde Long se acercó a los micrófonos dijo: «Cuando yo era niño, todas las mañanas de domingo, uncía las mulas al carro que tenían mis padres y llevaba a mis abuelos, que eran católicos, a misa. Regresábamos luego a casa, comíamos en familia y después, por la tarde, volvía a uncir las mulas al mismo carro y conducía a mis padres a la iglesia bautista para el culto dominical». Tras finalizar el acto electoral con éxito, uno de sus compañeros de partido dijo al hábil político: «Huey, no sabíamos que tenías unos abuelos católicos». Long le miró y dijo: «¡Imbécil! ¡Ni siquiera teníamos un carro de mulas…!». No puedo quitarme de la cabeza la sensación de que Bono no pasa de ser una versión subdesarrollada de Huey P. Long. Eso sí, con varias diferencias. Hasta donde yo sé, Long nunca llegó a amasar una fortuna y mucho menos tuvo una hípica que daba beneficios millonarios en medio de la recesión. Long fue además objeto de una novela acerada de Robert Penn Warren titulada «Todos los hombres del rey» en la que se relataban algunos episodios turbios de su vida en clave de ficción. Por añadidura, mientras que los padres de Long ni siquiera tuvieron un carro de mulas, el padre de Bono conducía un Morris Minor, coche británico de moda en su momento; su abuelo disponía de un Ford y su tío, de un Seat 1400, del que sólo se fabricaron 2.500 unidades. Para remate, Long tuvo posibilidades de llegar a la Presidencia de la nación, una posibilidad real que se vio frustrada por un atentado que le costó la vida y que nunca se esclareció totalmente. Aquí, Bono no tiene ni lejanamente esas papeletas para sustituir a ZP y tampoco, gracias a Dios, debe temer por su integridad física. ¡Si hasta el Congreso ha bloqueado la posibilidad de investigar su patrimonio alegando que sólo se ocupa de las actividades! Con todo, Bono es nuestro Long, un político populista cuya desnudez moral apenas se cubre con el barniz jabonoso que le dan algunos periodistas.